LA
ESPIRITUALIDAD INDIGENA MUCHO POR
APRENDER.
En el diálogo entre la teología espiritual y la antropología, el término
«espiritualidad» se identifica como una determinada actitud del hombre para
afrontar la finitud y la radicalidad de la existencia humana haciendo
referencia a ciertos valores profundos y vitales que impulsan su pensar, sentir
y actuar[1]. Desde este punto de vista, la espiritualidad se
convierte en un área que contiene todo aquello que puede asociarse no solo a la
religión o a la trascendencia, sino también al deseo de bienestar, pudiendo
describirse como un modo de afrontar cuestiones y preocupaciones antropológicas
para llegar a una vida cada vez más rica y más auténticamente humana. Así pues,
en su sentido más amplio, la espiritualidad se refiere a cualquier valor
religioso o ético que se concretice como una actitud o un espíritu del cual
broten las acciones humanas.
Esta es
la opinión de estudiosos de teología espiritual[2], que sostienen que el concepto de espiritualidad
no se limita a ninguna religión en particular, sino que se aplica a cualquier
persona o grupo que tenga una creencia en lo divino o trascendente y que modele
su estilo de vida sobre la base de sus convicciones religiosas. En este
contexto, del mismo modo en que hablamos de espiritualidad cristiana, zen,
budista, judía y musulmana, podemos hablar también de «espiritualidad
indígena».
Pero ¿de qué indígenas hablamos? Como ya lo da a entender el título de este artículo, nuestra reflexión se concentra en las poblaciones indígenas de la Amazonía y, entre ellas, en aquellas que, en particular, están en territorio brasileño, los denominados «indios» del Brasil, que actualmente son cerca de 900.000, pero cuyo número al comienzo de la colonización portuguesa se estimaba en 11 millones.
Además, estos pueblos originarios se encuentran en la denominada «Amazonía Legal» (que comprende nueve estados brasileños) y están constituidos por 305 grupos étnicos con 274 lenguas distintas, según los datos oficiales del Gobierno. Teniendo en cuenta esta gran diversidad de grupos étnicos, comprendemos de inmediato que cuando hablamos de espiritualidad indígena es siempre mejor expresarse en plural, en el sentido de que cada etnia tiene su propio modo de vivir esa dimensión espiritual y de establecer su relación con el mundo, aunque es posible reconocer entre ellas muchos puntos en común. Algunas características de las espiritualidades indígenas de la Amazonía
Tal como sucede en otras culturas antiguas, también la cultura indígena cree en las divinidades. Los indígenas que viven en Brasil y en la Panamazonía tienen una herencia mitológica que permanece viva. Según Danilo Cezar Cabral[3], en la época de la llegada de los colonos europeos, los pueblos indígenas que vivían en lo que hoy es el territorio de Brasil tenían un rico y variado panteón de divinidades, todo él en estrecha conexión con las fuerzas de la naturaleza. Aparte de los tupíes y guaraníes —dos de los grupos más importantes—, los yanomamis, los araras y muchos otros pueblos han dejado una herencia mitológica que permanece viva entre los indios de Brasil. Veamos ahora algunas de estas divinidades[4].
Tupã, el gran «Espíritu del trueno», es el creador de los cielos, de la tierra y de los mares, como también del mundo animal y vegetal. Aparte de enseñar a los seres humanos la agricultura, el artesanado y la caza, él dio a los chamanes el conocimiento de las plantas, de las hierbas medicinales y de los rituales de curación.
Jaci, hija de Tupã, es la diosa de la luna y guardiana de la noche. Es responsable de la reproducción, tiene el don de suscitar la nostalgia de los guerreros y cazadores, de modo que regresen a casa y cuiden de sus familias.
Guaraci, hermano y marido de Jaci, es el
dios del sol, el guardián del día, que ayudó a su padre Tupã a crear todos los
seres vivientes.
Sumé, dios de las leyes y de las
reglas, enseñó a los indios cómo cocinar la mandioca y utilizarla en la vida
cotidiana.
Akuanduba es una divinidad de la tribu de los araras. Es famoso por haber hecho sonar su flauta para traer orden al mundo. Se cuenta que una vez arrojó a toda una tribu al mar para ver si habían aprendido la virtud de la obediencia. Los que sobrevivieron debieron aprender a dar un nuevo curso a su existencia.
Yebá bëló, «la mujer que apareció de la nada», era responsable de la creación del universo. Desde su morada de cuarzo era capaz de dar vida a los seres humanos con una simple hoja de coca (ipadu), que masticaba cada día.
Wanadi, dios del pueblo iecuana, que
vive en la frontera entre Brasil y Venezuela, es recordado en un mito que dice
que el Sol primero había creado tres seres vivientes para habitar el planeta.
Solo Wanadi nació perfecto, mientras que los otros dos hermanos fueron creados
con deformidades, representando los males presentes sobre la tierra (hambre,
enfermedad y muerte).
Ya en la
descripción de cada divinidad de los pueblos originarios de la Amazonía podemos
entrever que su espiritualidad se caracteriza por la relación natural y
cultural entre los indios y la selva, los ríos, la tierra, los animales, en una
intrincada red de reciprocidad.
En
efecto, los indígenas sienten y ven la naturaleza como algo que es ajeno a su
existencia, pero como parte de su sociedad y de su cultura, como una extensión
de su cuerpo personal y social[5].
Para los primeros pueblos de la
Amazonía, la naturaleza es un sujeto viviente y lleno de intencionalidad, no
algo objetivo, mudo y sin espíritu. La naturaleza habla, y el indígena
amazónico comprende su voz y su mensaje. Por eso él la escucha y se adecua
siempre a ella en un complejo conjunto de relaciones e interrelaciones,
mediante las cuales procura establecer un equilibrio sociocósmico y una
integración dinámica.
Por otra
parte, en sus rituales milenarios los nativos amazónicos buscan una conexión
armónica con la Madre Tierra —Pachamama— y con su mundo espiritual[6].
Para
ellos, en la selva están los espíritus que pueden ser aliados o adversarios,
que deben ser aplacados o instigados. Se puede entrar en el mundo de los
espíritus a través de sueños o de visiones.
Por medio del sueño se habla con los
antepasados, entidades familiares y míticas, se puede conocer el origen de las
cosas, cómo curar las enfermedades y dominar las fuerzas mágicas que
constituyen la naturaleza.
Por lo
tanto, para el pueblo de la selva amazónica Dios no es una realidad a explicar,
sino que tiene que ver con la sabiduría religiosa que se torna en resistencia,
coexistencia con el cosmos y con la naturaleza[7]. Hay innumerables imágenes para describir la
experiencia de lo trascendente, tanto para relatar el origen como para ilustrar
la condición humana y los acontecimientos.
No se
trata de una búsqueda de interpretación racional de la experiencia, sino de la
experiencia cotidiana de la vida que se expresa después de manera
simbólico-mítica[8].
En el
vocabulario de los indios hay términos distintos para designar lo sagrado y lo
divino. Ellos tienen un lenguaje muy rico para indicar el misterio. En este
sentido, y en general, puede hablarse de un núcleo teológico-espiritual que,
más específicamente, a causa de su punto de partida puede denominarse
«teocosmología» o «cosmoteología»[9].
Además, las espiritualidades
indígenas son marcadamente sapienciales, es decir, enseñan la sabiduría de
vivir en armonía con la naturaleza. Esta última, en su exuberancia, se torna en
la base para la apertura del corazón a lo trascendente, a la generosidad y a la
gratuidad en la relación con los demás seres que habitan la selva. El niño
indígena aprende desde su infancia estas virtudes, contemplando y retornando al
seno de la Madre Tierra, con la cual interactúa constantemente.Elementos como
estos se convierten en fundamento de la espiritualidad indígena de la Amazonía,
como una suerte de ecoespiritualidad o ecoteología.
El «modus
vivendi» de los indios amazónicos
Como la
visión religiosa de las poblaciones indígenas se basa en un imaginario mítico y
utópico, complejo y heterogéneo, la explicación de los orígenes marcados por el
mal se entrelaza con las utopías de una vida concreta feliz. Esta visión
mitológico-espiritual del mundo desarrolla la función fundamental de dar un
sentido y de resolver los problemas de la existencia. Esto está presente en
el modus vivendi de la comunidad indígena, donde muy raras
veces se verifican casos de homicidio, violación, niños de la calle,
prostitución o cualquier otra forma de injusticia social. Por otra parte, la
alegría, el buen humor, la indiferencia frente a la acumulación inútil de
bienes y el respeto hacia las demás criaturas de la selva forman parte de la
ética indígena.
Este
ejemplo muestra cómo el objetivo al que apuntan los indígenas es una vida en
plena armonía con la selva —y con su fauna y flora—, que ellos consideran un
lugar sagrado y lleno de símbolos espirituales. Por tanto, estas poblaciones
indígenas terminan desarrollando una función clave para preservar la
naturaleza, desde el momento en que protegen la integridad de las tierras
sagradas en las que viven, buscando obstaculizar a los taladores, a los
buscadores de oro, a los grileiros[14], o sea, a todos aquellos que consideran la selva
solo como fuente de ganancias, que se obtienen explotando de forma predatoria
su riqueza. Y como la mayor amenaza para las especias vivientes es el deterioro
de su medioambiente, el papel que estos pueblos indígenas desarrollan como
defensores de la biodiversidad amazónica es fundamental.
La
espiritualidad indígena se basa en la experiencia de los pueblos de la selva:
sus mitos, sus rituales y su modo de relacionarse con la naturaleza. El
contacto y el diálogo con la espiritualidad indígena nos ofrecen la oportunidad
de comprender su importancia en la preservación de la vida en nuestro mundo,
amenazado y a menudo angustiado por la ausencia de significado existencial y
religioso, y en el cual el hombre se convierte en un predador del medioambiente[15].
El lenguaje sapiencial presente
en las narraciones mitológicas indígenas nos ofrece algunas enseñanzas que
deberíamos aprender frente a las actuales amenazas medioambientales, como, por
ejemplo, la de no concebir a la Madre Tierra como algo inerte, con recursos
ilimitados e inagotablemente disponibles para nuestras exigencias. Por el
contrario, la tierra debe verse como una criatura viviente, como la madre de
todos los biomas y ecosistemas, que debe ser respetada en su totalidad. En
efecto, los ritos indígenas evocan siempre el respeto por la creación. Así, en
algunas tribus amazónicas, si se echa abajo un árbol se celebra una ceremonia
de disculpas para salvar la alianza de amistad, demostrando la necesidad de una
relación armoniosa con la vida en toda su biodiversidad.
Hoy,
mientras crece cada vez más la conciencia de que es esencial crear una nueva
visión del mundo para salvar el planeta, sabemos que las religiones tienen una
gran responsabilidad en este proceso porque «han asumido un papel protagónico
para ayudar a tomar conciencia de las implicaciones de la cuestión ecológica»[24], ayudando al ser humano a adoptar una nueva visión
del cosmos que lo haga más consciente de la dimensión divina presente en las
criaturas y capaz de renovar su compromiso por la conservación de la «casa
común».
En todo
esto estamos convencidos de que la espiritualidad indígena de los pueblos
originarios de la Amazonía tiene una contribución enorme .