“Es tiempo de muerte. Los Munduruku comenzarán a morir. Tendrán accidentes. Hasta los accidentes simples llevarán a la muerte. Caerá un rayo y matará a un indígena. Caerá la rama de un árbol y matará a un indígena. No es casualidad. Todo se debe a que el Gobierno interfirió con un lugar sagrado”, afirmó Valmira Krixi Biwūn con autoridad.
Valmira Krixi Munduruku, como ha sido bautizada, es una guerrera indígena Munduruku que vive en la aldea de Teles Pires, junto al río del mismo nombre, en la frontera entre los estados brasileños de Mato Grosso y Pará. Como líder y mujer sabia, habla con gran seguridad sobre una variedad de temas, desde historias antiguas de su pueblo hasta los menjunjes a base de plantas en los que las jóvenes deben bañarse para transformarse en guerreras.
El lugar sagrado al que se refiere es una serie de rápidos conocidos como Sete Quedas, en el río Teles Pires. En 2013, el consorcio responsable de la construcción de una planta hidroeléctrica grande obtuvo una autorización judicial para dinamitar los rápidos a fin de abrir camino para la represa Teles Pires.
En 2013, las empresas participantes hicieron explotar Sete Quedas y, al hacerlo, destruyeron (según la cosmología de los pueblos indígenas de la región) el equivalente al Cielo cristiano, el santuario sagrado habitado por espíritus después de la muerte. Conocido como Paribixexe, Sete Quedas es un lugar sagrado para todos los Munduruku.
Dinamitar el Cielo
La destrucción de los rápidos sagrados fue un golpe mortal para los indígenas: “La destrucción con dinamita de un lugar sagrado es el fin de la religión y el fin de la cultura. Es el fin del pueblo Munduruku. Cuando dinamitaron la cascada, dinamitaron la Madre de los Peces y la Madre de los Animales que cazamos. Entonces, esos peces y esos animales morirán. Todo lo que se relaciona con nosotros morirá. Entonces, este el fin de los Munduruku”, explicó Eurico Krixi Munduruku, un anciano indígena apenado.
El mensaje de Valmira Krixi es igual de escalofriante: “Llegaremos a nuestro fin, y nuestros espíritus, también”. Es una doble aniquilación: en vida y en muerte.
En la actualidad, más de 13 000 indígenas Munduruku viven en 112 aldeas, muchas de las cuales están a lo largo de la cuenca alta del río Tapajós y de sus afluentes, incluido el río Teles Pires. Antiguamente, este grupo indígena ocupaba y dominaba completamente una región amazónica tan extensa que “en el Brasil colonial, toda la cuenca del río Tapajós era conocida por los europeos como Mundurukânia”, según explica Bruna Rocha, una profesora de Arqueología en la Universidad Federal del Oeste de Pará.
La repentina aparición de la explotación de caucho en toda la zona amazónica durante la segunda mitad del siglo XIX destrozó el poder de “Mundurukânia” y les quitó la mayoría del territorio a los Munduruku. “Solo se quedaron con fragmentos en la zona baja del Tapajós y una zona más extensa en la cuenca alta del río pero, aun así, era solo una fracción de lo que habían ocupado en el pasado”, comentó Rocha.
Ahora, hasta esos fragmentos se ven afectados seriamente por la planta hidroeléctrica que se construye a su alrededor. De las 40 represas propuestas para la Cuenca del Tapajós, cuatro ya están en marcha o se han terminado en el río Teles Pires. Estas represas son esenciales para una vía navegable industrial que transportaría soya desde el estado de Mato Grosso hacia el norte por los ríos Teles Pires y Tapajós, y luego hacia el este por la Amazonía hasta la costa para su exportación.
Tiempos pasados
Las 90 familias de la aldea Teles Pires, que visitamos, adoran hablar sobre el pasado, una época —según cuentan— en la que podían vagar a voluntad por el territorio inmenso para cazar y recolectar alimentos del bosque. En parte, estos recuerdos nostálgicos son imaginarios ya que, por al menos dos siglos (y quizás más), el pueblo ha vivido en comunidades fijas. Pero continúan recolectando muchos productos del bosque (semillas, corteza de árbol, fibras, madera, frutas y otros) para construir sus casas, alimentarse, fabricar puntas de lanza, preparar brebajes medicinales, etcétera.
Su territorio —el Territorio Indígena de Kayabi, que comparten (no siempre con alegría) con los pueblos Apiaká y Kayabi— fue creado en 2004. Extrañamente, el sitio sagrado de Sete Quedas quedó justo fuera de sus límites legales, un descuido que tendría consecuencias trágicas para los indígenas.
Con el correr de los siglos, los Munduruku se han adaptado bien a los cambios del mundo que los rodea, cambios que se han intensificado desde que tomaron contacto con el hombre blanco en el siglo XVIII. En algunas ocasiones, el pueblo incorporó fácilmente tecnología y elementos sociales nuevos a su cultura para aprovechar sus ventajas. El Museo Británico exhibe una pretina Munduruku “muy tradicional”, probablemente fabricada en el siglo XIX, hecha de algodón importado de Europa. Los indígenas notaron que el algodón era mucho más resistente que las telas que fabricaban con productos del bosque y lo incorporaron alegremente a sus prendas decorativas.
En la actualidad, esa costumbre continúa. Casi todos los jóvenes tienen celulares y valoran su utilidad. Pero, a veces, los Munduruku descubren (como muchos de nosotros en nuestras vidas citadinas) que la tecnología moderna puede fallar, lo que genera resultados frustrantes. Por ejemplo, los Munduruku instalaron un pozo artesanal en la aldea de Teles Pires y ahora tienen agua corriente en sus casas. Ese avance hace la vida más fácil, excepto cuando el sistema se rompe, que no es algo poco frecuente. Durante los cuatro días de nuestra visita, por ejemplo, no hubo agua porque la bomba había dejado de funcionar.
De forma similar, su religión también ha cambiado, al menos de manera superficial. Los frailes franciscanos tuvieron una misión (Missão Cururu) en el corazón del territorio Munduruku durante más de un siglo, y el catolicismo dejó su huella. Los Munduruku afirman, por ejemplo, que el creador del mundo —el guerrero Karosakaybu— formó a todos y a todo “a su imagen y semejanza”, tal como dice la Biblia.
Aun así, los indígenas tienen una identidad étnica fuerte, que protegen con vehemencia. Cuando les preguntamos si podíamos filmarlos, aceptaron, pero muchos insistieron en hablar en su propia lengua frente a cámara, a pesar de que podían hablar portugués mucho mejor que nuestro intérprete.
Además, su cosmología es sólida: cada indígena con el que hablamos compartía la creencia de Krixi Biwūn en el más allá y en la suma importancia de los lugares sagrados para garantizar la vida después de la muerte. Esta creencia es la base de su cosmología y es esencial para su existencia. Fue esta creencia fundamental la que ha estallado, lo que hace casi imposible una adaptación
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