Pablo Macera: Perspectivas sobre la Independencia
del Perú
El 9 de enero de 2020 falleció uno de los historiadores más
importantes del Perú: Pablo Macera Dall'Orso, nacido en Huacho, al norte
de Lima, el 19 de diciembre de 1929.
En esta ocasión compartimos el comentario de Macera con motivo
del libro editado por el historiador Heraclio Bonilla "La independencia en
el Perú", publicado por el Instituto de Estudios Peruanos y Campodónico
Editores, en Lima, en 1972.
El comentario de Macera fue publicado originalmente
en Textual.
Revista de Artes y Letras, N° 4 (junio1972), pp. 78-79 y
reproducido por el portal Reserva Crítica, un espacio
dedicado a fomentar el debate en la academia latinoamericana mediante la reseña
de libros y artículos sobre arqueología e historia
Pablo Macera. Nueva perspectiva: Heraclio Bonilla “La
Independencia en el Perú
Después de la reciente contaminación
ambiental producida por el Sesquicentenario de la Independencia (1821-1971),
debemos agradecer que Heraclio Bonilla traiga voces diferentes y perturbadoras
para interrumpir esa celebración. Al hacerlo, no ha escogido unilateralmente.
Están de hecho representados en su antología los más diferentes países, especializaciones
y escuelas. La historiografía europea y norteamericana (Chaunu, Hobsbawm,
Vilar, Spalding); al lado de científicos sociales sudamericanos (Halperin,
Bonilla); historiadores de la historia, económica o de la historia social.
Todos partidarios de la historia global; marxistas (Hobsbawm, Vilar) al igual
que conservadores lúcidos y moderados (Chaunu). Apenas si dejamos sentir
algunos nombres (Griffin, Rowe)*, cuya omisión está plenamente justificada por
las limitaciones editoriales. Desde luego que esa diversidad y la alta
calificación de los autores coleccionados no aseguran de por sí el
establecimiento de una verdad histórica. Bien sabemos que tales verdades no son
verdades plebiscitarias, sujetas a voto de mayoría o a una ley que sustraiga
errores y disensiones para consolidar la vacuidad de un mínimo común
denominador. Menos aún depende el conocimiento histórico de la autoridad
personal. La historia como destinada a la conciencia crítica de un grupo social
es siempre la ciencia combativa de una confrontación dialéctica. Así lo han
entendido Bonilla y sus colaboradores, al punto que todas sus afirmaciones son
preguntas. Este libro no es pues el testimonio de una falsa y dogmática
unanimidad. De allí su pertinencia en el Perú, pues nuestra historiografía ha
sido durante los últimos veinte años (salvo excepciones como. L. E. Valcárcel,
Porras y Basadre) una «conversación de familia» que sólo admitía a quienes
pensaban -o no pensaban- lo mismo sobre nada.
nuestra
historiografía ha sido durante los últimos veinte años (salvo excepciones como.
L. E. Valcárcel, Porras y Basadre) una «conversación de familia»
Ya sabemos cuáles son los peligros de
tales relaciones endogámicas. Aplicadas al estudio de la Independencia de
América han evitado el cuestionamiento de su imagen oficial y consolidado una
ideología nacionalista criolla que a pesar de haber nacido de una revolución es
definitivamente ahora, ciento cincuenta años más tarde, una ideología
conservadora obsesionada por el miedo a una segunda revolución, la socialista.
La gran paradoja ética e intelectual de la historiografía peruana sobre la
Independencia (que fue un proceso revolucionario) consiste en que ha sido
escrita por contrarrevolucionarios que de haber vivido entonces habrían
combatido en Ayacucho bajo las banderas del Virrey La Serna. Esos
historiadores, al igual que todos los oficialismos, quieren legitimar el actual
orden constituido valiéndose de hombres que en su tiempo fueron enemigos del
orden constituido. Túpac Amaru, Bolívar, Melgar eran -no hay que olvidarlo-
hombres fuera de la ley, agitadores sociales, jefes de movimientos subversivos,
«izquierdistas utópicos». Están más cerca de Che Guevara, Puente Uceda y
Lobatón que de cualquier coronel contra insurgente de algunos de los ejércitos
regulares sudamericanos.
La
gran paradoja ética e intelectual de la historiografía peruana sobre la
Independencia (que fue un proceso revolucionario) consiste en que ha sido
escrita por contrarrevolucionarios
No desconocemos desde luego que las
revoluciones americanas de 1780-1824 fueron revoluciones mediatizadas que una
vez rota la independencia formal respecto a España no fueron capaces de
preservar su autonomía frente a otros poderes (Inglaterra) ni de combatir las
dependencias e injusticias de su frente interno. Pero, a pesar de todo, fueron
revoluciones. Además, si fracasaron, fue debido no solamente a los intereses
originales que defendían. Ocurrió después de 1824 que la administración de los
nuevos estados nacidos de la revolución cayó en manos de los que habían
combatido esa revolución. Entre otras razones porque muchos de los que hubieran
podido radicalizarla habían muerto combatiendo por ella. Quienes reaccionan
contra el aprovechamiento ideológico de esa revolución a medias, deben proceder
a una responsable y constructiva limpieza historiográfica. No basta con señalar
un error y destruir una imagen convencional, la única por desgracia disponible
para la mayoría del Perú. Esa es sólo una tarea previa pero no suficiente.
Ningún pueblo tolera indefinidamente vivir a la luz de una conciencia
hipercrítica que opera en el vacío. Prefiere en el peor de los casos una
mentira provisoria si la alternativa es la negación absoluta.
Es necesario por eso dotar a la
sociedad peruana de un conocimiento sustitutorio científicamente válido acerca
de la Independencia. Lo que resulta imposible sin algunos prerrequisitos éticos
e intelectuales. Nos oponemos, digámoslo claro, a reemplazar la manipulación
derechista por la manipulación izquierdista o ambidextra (hoy la más
frecuente). No creemos por supuesto en una imposible historia sin compromisos,
neutral, objetiva y químicamente pura. Pero sí en una disciplina consagrada a
su propia reducción ideológica. Desde luego que todos los conocimientos
sociales tienen una carga ideológica. Pero el modo y grado de esa
ideologización difieren en la medida que se expliciten sus condicionamientos;
en la medida también que se asuma un criterio dialéctico que a la vez permita
negar e incorporar (sin eclecticismos) las posiciones anteriores y opuestas.
Esa empresa se encuentra por encima del pensamiento conservador, ya que éste no
es capaz de auto-identificarse, excluye las oposiciones y persigue su propia
conservación. Lo que proponemos al contrario es un pensamiento dispuesto a
negarse a sí mismo; un pensamiento que organiza y favorece su propia extinción
dialéctica. En ese sentido el único pensamiento auténticamente tradicional es
el revolucionario porque sólo él garantiza la traditio como
entrega que trasmite -libera- el pasado y posibilita la continuidad histórica.
Es sobre este principio
ético-gnoseológico que puede ser reelaborado el significado histórico de la
Independencia americana. La propia versión seudo-tradicional, denunciando su
contexto ideológico, debe ser entonces aprovechada como lo sugiere Chaunu.
Habrá que interpretar la abundante información que esa historiografía ha
reunido, revalorizar críticamente a los historiadores liberales del siglo XIX,
apartándolos de la posterior desviación conservadora y no menospreciar con
pedantería al fenómeno político militar porque si bien no es toda la historia
(como pretenden los que no son de verdad políticos ni militares de guerra)
evidencia en cambio las coyunturas más conflictivas de esa historia. A nivel
práctico inmediato estaremos entonces en la obligación de acusar lo que fue y
no fue el reciente Congreso de Historia; pero al mismo tiempo debemos aplaudir
y alentar iniciativas como la Colección Documental del Sesquicentenario. Aunque
para hacerla hayan gastado en celebrar la independencia más de lo que costó
ganarla.
Esos adobes deben ser usados sin
embargo dentro de una diferente arquitectura historiográfica. La iniciativa de
Bonilla es al respecto un ejemplo. Porque en vez de los análisis e
informaciones locales ha preferido escoger estudios que relacionan la
Independencia con el sistema americano y mundial. Bonilla ha comprendido que
una Historia del Perú a secas es absurda, tratándose de un país que desde el
XVI vive en referencia y dependencia a poderes externos; y más aún si hablamos
de un proceso, como la Independencia, de carácter continental. Buena lección
para el peruanismo excesivo de quienes sólo quieren hablar del Perú para
eximirse de explicar la frustración del Perú.
por
qué para los indios peruanos la Primera Independencia (1821-24) terminó siendo
una Segunda Conquista?
Es imposible enumerar todos los
temas, perspectivas y métodos todavía por emplear. En los estudios de Vilar y
Bonilla-Spalding, en trabajos anteriores (Basadre, Rowe, Ramírez
Necochea)** pueden los investigadores recoger útiles sugerencias.
Necesitamos saber más por ejemplo acerca de la demografía y economía de la
Independencia. Los materiales reunidos por Kubler y Vollmer*** para otro
propósito deberían ser completados en función de esa época; ¿cuáles fueron las
interacciones entre aquel proceso y la distribución geográfico-social de los
habitantes del Perú? En el fundamental sector económico hay problemas
inexplorados tanto sobre la estructura y dinámica generales de la economía
colonial como otros específicamente referidos a la coyuntura bélica 1810-1824.
Esperamos todavía que la hipótesis de la «decadencia» económica, que habría
ocurrido a fines del siglo XVIII, sea confrontada con opiniones contrarías como
la de Fisher. Y conocer asimismo cómo fue financiada la guerra de la
independencia por ambos lados, el español y el criollo. A partir de esos y
otros análisis podemos acercarnos a problemas de orden más general. Sería útil
una comparación entre la Independencia americana y otras Revoluciones
Coloniales anteriores (EE. UU.) y posteriores (África y Asia después de 1945)
dentro de una historia global de la Descolonización, muchas veces aparente. En
nuestro caso podrían, dentro de esa historia, destacarse dos problemas: a) ¿Por
qué el movimiento criollo de liberación nacional no pudo (después del fracaso
de Pumacahua) formar un Frente amplio que incluyera los intereses del
movimiento de liberación nacional indígena; ¿Por qué para los indios peruanos
la Primera Independencia (1821-24) terminó siendo una Segunda Conquista? b)
¿Qué factores determinaron el liderazgo político militar después de la Independencia?
Sin olvidar que ese militarismo es anterior a la Independencia, pues desde
mediados del XVIII casi todos los virreyes del Perú fueron oficiales de
carrera.
Todo lo dicho carecería de
importancia y sólo sería un «pleito de intelectuales», si el estudio de la
independencia no tuviera además, como puede tener, un valor prospectivo. Se
dice que existe un cierto paralelismo entre esa época y la nuestra, Hay en
marcha toda una ideología a veces oficialista de la Segunda Independencia.
(¿Tercera Conquista?). Es arriesgado sugerir las homologías respectivas. Los
EE. UU. y el neo-capitalismo del Buen Vecino y la Alianza para el Progreso
pueden ser comparados con la España del Despotismo Ilustrado aunque la crisis
capitalista no ha llegado al mismo grado de deterioro. Otras precisiones
resultan todavía más arriesgadas: ¿cuáles fueron hace 150 años los equivalentes
del Apra, la Democracia Cristiana y el Ejército? ¿Dónde ubicarlos en el
espectro que va del reformismo-vacuna a la contrarrevolución abierta?
Se
ha generalizado en el Perú una pasividad histórica basada incorrectamente en el
supuesto verdadero de que la revolución es un fenómeno inevitable en marcha
Sin responder esas preguntas caben
algunos pronósticos y advertencias: Primero: Se ha generalizado en el Perú una
pasividad histórica basada incorrectamente en el supuesto verdadero de que la
revolución es un fenómeno inevitable en marcha. Sólo hay que esperar. Abundan
también quienes por confiar en el progreso histórico indefinido (en el que
creen fascistas, católicos, burgueses y marxistas) no advierten que este siglo
puede ser también otra oportunidad perdida. Esos ignoran que en cada momento,
pero sobre todo en las crisis revolucionarias, se halla en juego la totalidad
de la historia. La historia está compuesta de sucesivos pachacútecs,
tiempos de riesgo total. En cada sociedad sin embargo el peligro asume y afecta
estructuras diferentes. Para los que viven en el Perú el peligro es la
discontinuidad, la ruptura y el pluralismo desorganizado. Alguna vez he dicho
que la obra del hombre ha sido siempre en el Perú una obra amenazada, de
duración incierta. Nuestra geografía –para empezar– no es sólo espacio de
la acción histórica, sino que asume un rol activo excluyente y contrario a la
historia. Es la geografía del guaico, los terremotos, el arenal y las
inundaciones -que no toleran la presencia humana. Aquí las cosas pueden durar
eternamente o durar un día y durar demasiado; de nada estamos seguros. Los
hombres del Antiguo Perú lo sabían pero su grandeza consistió en que supieron
vivir como si lo ignorasen. Volvían a construir en los mismos lugares de la
destrucción. Sin la irracionalidad de esa persistencia no existiríamos ni
habría continuidad y el Perú seria (como creí) un abuso de lenguaje. En los
últimos tiempos esa verdad está siendo olvidada. Actuamos, de izquierda a
derecha, como si no supiéramos a qué disgregación absoluta podemos llegar en el
futuro inmediato. En este Perú rearcaizado por la dependencia colonial
coexisten todos los tiempos de la historia universal.
en
cada momento, pero sobre todo en las crisis revolucionarias, se halla en juego
la totalidad de la historia.
De Lima al Amazonas pasamos del siglo
XX a la edad de piedra. La revolución socialista no será por eso entre nosotros
solamente una lucha de clases. Será una guerra civil a la que serán convocados
el aldeano neolítico, y el obrero fabril. Sería de una criminal ligereza
sentarnos a esperar esa historia confiando en que otros puedan celebrar su
sesquicentenario dentro de otros tantos años. Aun los que no somos marxistas y
revolucionarios (personalmente no hubiera jurado lealtad a San Martín, La Serna
o Bolívar) tenemos frente a esa revolucionada historia los mismos deberes que
los peruanos del siglo XVIII. La nuestra no debe ser una oposición defensiva
sino una difícil tarea de trasmisión. Tender puentes y caminos sobre las
grandes fallas geológicas de nuestra historia y combatir a todos los policías
de tránsito. Ser usados sin advertencia ni gratitud; favorecer la circulación
pluricultural; caer en desuso lo más pronto posible. No evitaremos entonces el
conflicto, pero al menos haremos posible para otros la reconciliación después
del conflicto.
Notas:
* Charles C. Griffin. Los
temas sociales y económicos en la época de la Independencia. Caracas:
Editorial Arte, 1962; John Rowe. “El movimiento nacional inca del siglo XVIII”.
En Revista Universitaria del Cuzco, 107, 1957, pp. 17-47. Nota del
editor.
** Hernán Ramírez Necochea. Antecedentes
económicos de la Independencia de Chile. Santiago de Chile: Editorial
Universitaria, 1959. Nota del editor.
*** George Kluber, The Indian
Caste of Peru, 1795-1940: A Population Study Based upon Tax Records Census
Reports, Intitute of Social Anthropology Publication Nº 14, Smithsonian
Institution, Washington, 1952; Günter Vollmer, Bevólkerungspolitik und
Bevólkerungsstruktur im Vizekónigreich Peru zu Ende der Kolonialzeit
(1741-1821), Bad Homburg vor der Hohe, 1967. Nota del editor.