jueves, 21 de enero de 2021



Pablo Macera: Perspectivas sobre la Independencia del Perú

 

 

El 9 de enero de 2020 falleció uno de los historiadores más importantes del Perú: Pablo Macera Dall'Orso, nacido en Huacho, al norte de Lima, el 19 de diciembre de 1929.

En esta ocasión compartimos el comentario de Macera con motivo del libro editado por el historiador Heraclio Bonilla "La independencia en el Perú", publicado por el Instituto de Estudios Peruanos y Campodónico Editores, en Lima, en 1972.

El comentario de Macera fue publicado originalmente en Textual. Revista de Artes y Letras, N° 4 (junio1972), pp. 78-79 y reproducido por el portal Reserva Crítica, un espacio dedicado a fomentar el debate en la academia latinoamericana mediante la reseña de libros y artículos sobre arqueología e historia

Pablo Macera. Nueva perspectiva: Heraclio Bonilla “La Independencia en el Perú

 

Después de la reciente contaminación ambiental producida por el Sesquicentenario de la Independencia (1821-1971), debemos agradecer que Heraclio Bonilla traiga voces diferentes y perturbadoras para interrumpir esa celebración. Al hacerlo, no ha escogido unilateralmente. Están de hecho representados en su antología los más diferentes países, especializaciones y escuelas. La historiografía europea y norteamericana (Chaunu, Hobsbawm, Vilar, Spalding); al lado de científicos sociales sudamericanos (Halperin, Bonilla); historiadores de la historia, económica o de la historia social. Todos partidarios de la historia global; marxistas (Hobsbawm, Vilar) al igual que conservadores lúcidos y moderados (Chaunu). Apenas si dejamos sentir algunos nombres (Griffin, Rowe)*, cuya omisión está plenamente justificada por las limitaciones editoriales. Desde luego que esa diversidad y la alta calificación de los autores coleccionados no aseguran de por sí el establecimiento de una verdad histórica. Bien sabemos que tales verdades no son verdades plebiscitarias, sujetas a voto de mayoría o a una ley que sustraiga errores y disensiones para consolidar la vacuidad de un mínimo común denominador. Menos aún depende el conocimiento histórico de la autoridad personal. La historia como destinada a la conciencia crítica de un grupo social es siempre la ciencia combativa de una confrontación dialéctica. Así lo han entendido Bonilla y sus colaboradores, al punto que todas sus afirmaciones son preguntas. Este libro no es pues el testimonio de una falsa y dogmática unanimidad. De allí su pertinencia en el Perú, pues nuestra historiografía ha sido durante los últimos veinte años (salvo excepciones como. L. E. Valcárcel, Porras y Basadre) una «conversación de familia» que sólo admitía a quienes pensaban -o no pensaban- lo mismo sobre nada.

nuestra historiografía ha sido durante los últimos veinte años (salvo excepciones como. L. E. Valcárcel, Porras y Basadre) una «conversación de familia»

 

Ya sabemos cuáles son los peligros de tales relaciones endogámicas. Aplicadas al estudio de la Independencia de América han evitado el cuestionamiento de su imagen oficial y consolidado una ideología nacionalista criolla que a pesar de haber nacido de una revolución es definitivamente ahora, ciento cincuenta años más tarde, una ideología conservadora obsesionada por el miedo a una segunda revolución, la socialista. La gran paradoja ética e intelectual de la historiografía peruana sobre la Independencia (que fue un proceso revolucionario) consiste en que ha sido escrita por contrarrevolucionarios que de haber vivido entonces habrían combatido en Ayacucho bajo las banderas del Virrey La Serna. Esos historiadores, al igual que todos los oficialismos, quieren legitimar el actual orden constituido valiéndose de hombres que en su tiempo fueron enemigos del orden constituido. Túpac Amaru, Bolívar, Melgar eran -no hay que olvidarlo- hombres fuera de la ley, agitadores sociales, jefes de movimientos subversivos, «izquierdistas utópicos». Están más cerca de Che Guevara, Puente Uceda y Lobatón que de cualquier coronel contra insurgente de algunos de los ejércitos regulares sudamericanos.

La gran paradoja ética e intelectual de la historiografía peruana sobre la Independencia (que fue un proceso revolucionario) consiste en que ha sido escrita por contrarrevolucionarios

 

No desconocemos desde luego que las revoluciones americanas de 1780-1824 fueron revoluciones mediatizadas que una vez rota la independencia formal respecto a España no fueron capaces de preservar su autonomía frente a otros poderes (Inglaterra) ni de combatir las dependencias e injusticias de su frente interno. Pero, a pesar de todo, fueron revoluciones. Además, si fracasaron, fue debido no solamente a los intereses originales que defendían. Ocurrió después de 1824 que la administración de los nuevos estados nacidos de la revolución cayó en manos de los que habían combatido esa revolución. Entre otras razones porque muchos de los que hubieran podido radicalizarla habían muerto combatiendo por ella. Quienes reaccionan contra el aprovechamiento ideológico de esa revolución a medias, deben proceder a una responsable y constructiva limpieza historiográfica. No basta con señalar un error y destruir una imagen convencional, la única por desgracia disponible para la mayoría del Perú. Esa es sólo una tarea previa pero no suficiente. Ningún pueblo tolera indefinidamente vivir a la luz de una conciencia hipercrítica que opera en el vacío. Prefiere en el peor de los casos una mentira provisoria si la alternativa es la negación absoluta.

Es necesario por eso dotar a la sociedad peruana de un conocimiento sustitutorio científicamente válido acerca de la Independencia. Lo que resulta imposible sin algunos prerrequisitos éticos e intelectuales. Nos oponemos, digámoslo claro, a reemplazar la manipulación derechista por la manipulación izquierdista o ambidextra (hoy la más frecuente). No creemos por supuesto en una imposible historia sin compromisos, neutral, objetiva y químicamente pura. Pero sí en una disciplina consagrada a su propia reducción ideológica. Desde luego que todos los conocimientos sociales tienen una carga ideológica. Pero el modo y grado de esa ideologización difieren en la medida que se expliciten sus condicionamientos; en la medida también que se asuma un criterio dialéctico que a la vez permita negar e incorporar (sin eclecticismos) las posiciones anteriores y opuestas. Esa empresa se encuentra por encima del pensamiento conservador, ya que éste no es capaz de auto-identificarse, excluye las oposiciones y persigue su propia conservación. Lo que proponemos al contrario es un pensamiento dispuesto a negarse a sí mismo; un pensamiento que organiza y favorece su propia extinción dialéctica. En ese sentido el único pensamiento auténticamente tradicional es el revolucionario porque sólo él garantiza la traditio como entrega que trasmite -libera- el pasado y posibilita la continuidad histórica.

Es sobre este principio ético-gnoseológico que puede ser reelaborado el significado histórico de la Independencia americana. La propia versión seudo-tradicional, denunciando su contexto ideológico, debe ser entonces aprovechada como lo sugiere Chaunu. Habrá que interpretar la abundante información que esa historiografía ha reunido, revalorizar críticamente a los historiadores liberales del siglo XIX, apartándolos de la posterior desviación conservadora y no menospreciar con pedantería al fenómeno político militar porque si bien no es toda la historia (como pretenden los que no son de verdad políticos ni militares de guerra) evidencia en cambio las coyunturas más conflictivas de esa historia. A nivel práctico inmediato estaremos entonces en la obligación de acusar lo que fue y no fue el reciente Congreso de Historia; pero al mismo tiempo debemos aplaudir y alentar iniciativas como la Colección Documental del Sesquicentenario. Aunque para hacerla hayan gastado en celebrar la independencia más de lo que costó ganarla.

Esos adobes deben ser usados sin embargo dentro de una diferente arquitectura historiográfica. La iniciativa de Bonilla es al respecto un ejemplo. Porque en vez de los análisis e informaciones locales ha preferido escoger estudios que relacionan la Independencia con el sistema americano y mundial. Bonilla ha comprendido que una Historia del Perú a secas es absurda, tratándose de un país que desde el XVI vive en referencia y dependencia a poderes externos; y más aún si hablamos de un proceso, como la Independencia, de carácter continental. Buena lección para el peruanismo excesivo de quienes sólo quieren hablar del Perú para eximirse de explicar la frustración del Perú.

por qué para los indios peruanos la Primera Independencia (1821-24) terminó siendo una Segunda Conquista?

 

Es imposible enumerar todos los temas, perspectivas y métodos todavía por emplear. En los estudios de Vilar y Bonilla-Spalding, en trabajos anteriores (Basadre, Rowe, Ramírez Necochea)** pueden los investigadores recoger útiles sugerencias. Necesitamos saber más por ejemplo acerca de la demografía y economía de la Independencia. Los materiales reunidos por Kubler y Vollmer*** para otro propósito deberían ser completados en función de esa época; ¿cuáles fueron las interacciones entre aquel proceso y la distribución geográfico-social de los habitantes del Perú? En el fundamental sector económico hay problemas inexplorados tanto sobre la estructura y dinámica generales de la economía colonial como otros específicamente referidos a la coyuntura bélica 1810-1824. Esperamos todavía que la hipótesis de la «decadencia» económica, que habría ocurrido a fines del siglo XVIII, sea confrontada con opiniones contrarías como la de Fisher. Y conocer asimismo cómo fue financiada la guerra de la independencia por ambos lados, el español y el criollo. A partir de esos y otros análisis podemos acercarnos a problemas de orden más general. Sería útil una comparación entre la Independencia americana y otras Revoluciones Coloniales anteriores (EE. UU.) y posteriores (África y Asia después de 1945) dentro de una historia global de la Descolonización, muchas veces aparente. En nuestro caso podrían, dentro de esa historia, destacarse dos problemas: a) ¿Por qué el movimiento criollo de liberación nacional no pudo (después del fracaso de Pumacahua) formar un Frente amplio que incluyera los intereses del movimiento de liberación nacional indígena; ¿Por qué para los indios peruanos la Primera Independencia (1821-24) terminó siendo una Segunda Conquista? b) ¿Qué factores determinaron el liderazgo político militar después de la Independencia? Sin olvidar que ese militarismo es anterior a la Independencia, pues desde mediados del XVIII casi todos los virreyes del Perú fueron oficiales de carrera.

Todo lo dicho carecería de importancia y sólo sería un «pleito de intelectuales», si el estudio de la independencia no tuviera además, como puede tener, un valor prospectivo. Se dice que existe un cierto paralelismo entre esa época y la nuestra, Hay en marcha toda una ideología a veces oficialista de la Segunda Independencia. (¿Tercera Conquista?). Es arriesgado sugerir las homologías respectivas. Los EE. UU. y el neo-capitalismo del Buen Vecino y la Alianza para el Progreso pueden ser comparados con la España del Despotismo Ilustrado aunque la crisis capitalista no ha llegado al mismo grado de deterioro. Otras precisiones resultan todavía más arriesgadas: ¿cuáles fueron hace 150 años los equivalentes del Apra, la Democracia Cristiana y el Ejército? ¿Dónde ubicarlos en el espectro que va del reformismo-vacuna a la contrarrevolución abierta?

Se ha generalizado en el Perú una pasividad histórica basada incorrectamente en el supuesto verdadero de que la revolución es un fenómeno inevitable en marcha

 

Sin responder esas preguntas caben algunos pronósticos y advertencias: Primero: Se ha generalizado en el Perú una pasividad histórica basada incorrectamente en el supuesto verdadero de que la revolución es un fenómeno inevitable en marcha. Sólo hay que esperar. Abundan también quienes por confiar en el progreso histórico indefinido (en el que creen fascistas, católicos, burgueses y marxistas) no advierten que este siglo puede ser también otra oportunidad perdida. Esos ignoran que en cada momento, pero sobre todo en las crisis revolucionarias, se halla en juego la totalidad de la historia. La historia está compuesta de sucesivos pachacútecs, tiempos de riesgo total. En cada sociedad sin embargo el peligro asume y afecta estructuras diferentes. Para los que viven en el Perú el peligro es la discontinuidad, la ruptura y el pluralismo desorganizado. Alguna vez he dicho que la obra del hombre ha sido siempre en el Perú una obra amenazada, de duración incierta. Nuestra geografía –para empezar– no es sólo espacio de la acción histórica, sino que asume un rol activo excluyente y contrario a la historia. Es la geografía del guaico, los terremotos, el arenal y las inundaciones -que no toleran la presencia humana. Aquí las cosas pueden durar eternamente o durar un día y durar demasiado; de nada estamos seguros. Los hombres del Antiguo Perú lo sabían pero su grandeza consistió en que supieron vivir como si lo ignorasen. Volvían a construir en los mismos lugares de la destrucción. Sin la irracionalidad de esa persistencia no existiríamos ni habría continuidad y el Perú seria (como creí) un abuso de lenguaje. En los últimos tiempos esa verdad está siendo olvidada. Actuamos, de izquierda a derecha, como si no supiéramos a qué disgregación absoluta podemos llegar en el futuro inmediato. En este Perú rearcaizado por la dependencia colonial coexisten todos los tiempos de la historia universal.

en cada momento, pero sobre todo en las crisis revolucionarias, se halla en juego la totalidad de la historia.

 

De Lima al Amazonas pasamos del siglo XX a la edad de piedra. La revolución socialista no será por eso entre nosotros solamente una lucha de clases. Será una guerra civil a la que serán convocados el aldeano neolítico, y el obrero fabril. Sería de una criminal ligereza sentarnos a esperar esa historia confiando en que otros puedan celebrar su sesquicentenario dentro de otros tantos años. Aun los que no somos marxistas y revolucionarios (personalmente no hubiera jurado lealtad a San Martín, La Serna o Bolívar) tenemos frente a esa revolucionada historia los mismos deberes que los peruanos del siglo XVIII. La nuestra no debe ser una oposición defensiva sino una difícil tarea de trasmisión. Tender puentes y caminos sobre las grandes fallas geológicas de nuestra historia y combatir a todos los policías de tránsito. Ser usados sin advertencia ni gratitud; favorecer la circulación pluricultural; caer en desuso lo más pronto posible. No evitaremos entonces el conflicto, pero al menos haremos posible para otros la reconciliación después del conflicto.

Notas:

* Charles C. Griffin. Los temas sociales y económicos en la época de la Independencia. Caracas: Editorial Arte, 1962; John Rowe. “El movimiento nacional inca del siglo XVIII”. En Revista Universitaria del Cuzco, 107, 1957, pp. 17-47. Nota del editor.

** Hernán Ramírez Necochea. Antecedentes económicos de la Independencia de Chile. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1959. Nota del editor.

*** George Kluber, The Indian Caste of Peru, 1795-1940: A Population Study Based upon Tax Records Census Reports, Intitute of Social Anthropology Publication Nº 14, Smithsonian Institution, Washington, 1952; Günter Vollmer, Bevólkerungspolitik und Bevólkerungsstruktur im Vizekónigreich Peru zu Ende der Kolonialzeit (1741-1821), Bad Homburg vor der Hohe, 1967. Nota del editor.

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