Como ocurre con los indígenas amazónicos y andinos en el Perú, los guaraníes brasileños de Mato Grosso do Sul(estado de Brasil limítrofe con Paraguay) son discriminados y sus derechos son violentados. Por un lado, sufren el acoso de terratenientes que se han apropiado (con artilugios legales) de sus tierras; por el otro, la criminalización de sus reclamos de parte de la policía, que juega del lado del 'orden' favorable a los intereses 'de los hacendados.
De hecho, unos 200 guaraníes están en prisión, en un sistema legal ajeno a ellos y con penas desproporcionadas, por haber protestado en defensa de sus tierras. Incluso hay quienes no han participado en ningún acto pero por su condición de indígenas han sido acusados de diversos delitos. La mayoría no habla portugués y no tienen una defensa ni proceso intercultural.
En setiembre del 2012 el pueblo guaraní-kaiowá (uno de los tres grupos tribales en los que se dividen los guaraníes brasileños) hizo un llamado mundial y denunció que la justicia brasileña había decretado “su muerte colectiva”, luego de que se vieran obligados por un juez a abandonar su territorio.
“Queremos ser muertos y enterrados junto a nuestros ancestros aquí mismo, donde estamos hoy. Por ello pedimos al gobierno y a la Corte Federal no ordenar el desalojo, sino que solicitamos decretar nuestra muerte colectiva y el entierro de todos nosotros aquí. Pedimos que, de una vez por todas, se promulgue nuestra aniquilación total y que envíen varios tractores para excavar un gran agujero para enterrar nuestros cuerpos. Hemos decidido, todos juntos, no salir de aquí, vivos o muertos”, dijeron.
"Esto que ves aquí es mi vida, mi alma. Si me separas de esta tierra, me quitas la vida”, dijo Marcos Veron, líder guaraní de 70 años, a los periodistas en el 2003. Al poco tiempo fue asesinado. Sus asesinos sólo fueron acusados de crímenes menores.
Los guaraníes han sufrido varios ataques brutales desde que reocuparon una pequeña parte de su tierra ancestral. El territorio de los indígenas, conocido como Pyelito Kuê/ M’barakai, está ahora ocupado por terratenientes-ganaderos con plantaciones de soja, maíz y caña de azúcar. Son tan poderosos que controlan la economía (y la política) local y cuentan con un contingente de matones a sueldo que se dedican a amenazar, acosar y hasta asesinar a los líderes guaraníes que deciden a enfrentarlos.
Los indígenas están rodeados por los pistoleros, con escaso acceso a comida o atención médica. “Hemos perdido la esperanza de sobrevivir dignamente y sin violencia en nuestra tierra ancestral (…) vamos a morir todos en poco tiempo”, han dicho. Varios líderes guaraníes ya han sido asesinados como consecuencia de su cruzada para volver a sus tierras. Mientras los terratenientes lucran, los guaraníes son obligados a soportar condiciones de vida paupérrimas en pequeñas reservas superpobladas donde el suicidio y la malnutrición son generalizados.
Unas 80 nuevas plantaciones de caña de azúcar y destilerías de alcohol están planificadas en Mato Grosso do Sul, muchas de las cuales serán construidas en la tierra ancestral de los guaraníes. Dependen en gran medida de la mano de obra indígena, quienes trabajan por un salario miserable y en condiciones terribles.
El departamento de asuntos indígenas del gobierno brasileño, la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), responsable de delimitar y demarcar la tierra guaraní, asegura que está trabajando para que se revoque la orden de expulsión de los indígenas. Pero el retraso en su programa de demarcación significa que miles de guaraníes siguen viviendo en reservas masificadas y acampando en las cunetas de las carreteras, con acceso restringido a alimentos, agua potable y atención sanitaria.
Además, los guaraníes sufren una de las tasas de suicidios más altas de todo el mundo: estadísticas recientes del gobierno mostraban que de media, durante los últimos diez años, un guaraní se había suicidado cada semana. Para el antropólogo guaraní, Tonico Benites: “El suicidio de los indígenas es algo que está ocurriendo y que aumenta como resultado del retraso en la identificación y demarcación de nuestra tierra ancestral”.
Miles de guaraníes se aferran a minúsculas parcelas de su tierra ancestral y viven con el temor de ser expulsados forzosamente. “Un portavoz guaraní de una comunidad,Tey’i Jusu, advirtió que los pistoleros patrullan diariamente y que la 'confrontación puede ocurrir en cualquier momento… los pueblos guaraní-kaiowá reafirman… luchar y morir por las tierras' de ser necesario”, dice una información de Survival International.
“La extinción de los pueblos indígenas de Brasil es una mancha en la historia del país, y es vergonzoso que las mismas crueldades y abusos que predominaban durante la época colonial sean en la actualidad aprobados por el sistema de justicia brasileño. La desgarradora súplica de los guaraníes de Pyelito no puede ser más clara: la vida sin su tierra está tan llena de miseria y sufrimiento, que no merece la pena vivirla. Brasil debe actuar antes de permitir que otro de sus pueblos sea destruido”, dice Stephen Corry, director de Survival International.
El hacinamiento y la imposibilidad de practicar la agricultura, ha provocado según informes que se le ha hecho llegar a la ONU, problemas de desnutrición. Al menos 53 niños han muerto de hambre desde el 2005.
Ante esta indignante situación, la ONU ha pedido al gobierno de Brasil que adopte medidas urgentes para resolver la grave situación que afecta a las comunidades guaraníes. Victoria Tauli-Corpuz, relatora especial de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, ha mostrado su preocupación por el desalojo de los indígenas anunciado por la policía.
La funcionaria se ha dirigido al gobierno brasileño y ha recordado que los indígenas no pueden ser forzados a dejar sus territorios", como está previsto en la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.
Survival International acaba de difundir un video que muestra a terratenientes amenazando a la policía militar y a funcionarios de gobierno y los acusa de “llevar de contrabando” a un hombre guaraní de vuelta a su propia tierra.
(Foto cabecera: Ruy Sposati/CIMI)
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