Elementos de la Cosmovisión Mesoamericana.
Entre las poblaciones prehispánicas americanas,
frecuentemente aparece la idea de un cosmos estratificado, mismo que se
constituye de una secuencia de tres mundos superpuestos; el “mundo real” en el
cual se desarrolla la vida tal y como se conoce a través de los sentidos, un
mundo subterráneo y otro más concebido como un espacio superior. Es decir, es
un sistema basado en la universalidad de la ley del tres.
Los antiguos Mayas describían un inframundo compuesto
por 9 niveles, un supramundo compuesto por 13 cielos, y otro más sensible a los
sentidos. En este último el ser humano se encarga de establecer el vínculo
entre el primero y el segundo. Dicha representación se recoge en el símbolo de
la ceiba, el árbol sagrado para aquella civilización. Según las creencias de
algunas comunidades, aquellos mundos escalonados que yacen fuera del “mundo
real”, se corresponden con la representación del propio mundo interior de la
persona. Es decir, representan una escala interna de “mundos” de la conciencia
humana.
Por otro lado, a mediados del el siglo pasado, y
durante los trabajos para puntualizar los rasgos distintivos de la macroregión
ubicada en el centro del Continente Americano, el etnólogo Paul Kirchhoff
describió una serie de características propias de las culturas Mesoamericanas.
Uno de los atributos más significativos de estos pueblos es una práctica
calendárica común.
A grosso modo, la civilización maya estructuró una
manera de contar el tiempo armonizando tres ciclos calendáricos; uno de 260 días
(Tzolkin(2), entre los mayas asentados en la tierras bajas de Yucatán, México,
Cholq´ij, entre los Q´uiche´s de los altos de Guatemala), otros de 360 días
(denominado Tun) y otro más de 365 días (nombrado Haab, un ciclo eminentemente
agrícola). Todos amalgamados en lo que se conoce como rueda calendárica.
Asimismo, en la
cultura náhuatl, los creadores del tiempo y del calendario son Cipactónal y
Oxomoco, pareja de dioses primigenios asociados al origen de la vida
Códice Borbónico. Cipactónal y Oxomoco.
La pintura correspondiente a el Tlacuilo representa a una mujer en cuyo rostro dibuja una especie de líneas dejando
entrever el tiempo de vida de la señora Oxomoco. El otro personaje, Cipactónal,
es un hombre ataviado con toda la parafernalia propia de un adivino. Ambos
durante una consulta a las semillas de maíz. Al respecto de esta lámina, Fray
Bernardino de Sahagún escribe, en el libro cuatro capítulo I de su obra,
Historia General de las Cosas de la Nueva España, lo siguiente:
“Y esta astrología o nigromancia fue tomada y hobo
origen de una mujer que se llama Oxomoco, y de un hombre que se llama
Cipactónal. Y los maestros desta astrología o nigromancia que contaban estos
signos, que se llamaban Tonalpouhque, pintaban a esta mujer Oxomoco y a este
hombre Cipactónal, y los ponían en medio de los libros donde estaban escritos
todos los caracteres de cada día, porque decían que eran señores desta
astrología o nigromancia, como principales astrólogos, porque la inventaron e
hicieron esta cuenta de todos los caracteres (sic)”. (Sahagún 1989, libro IV: cap. 1.
P.235)
En este orden de ideas, el uso del calendario,
específicamente el ciclo de 260 días, conocido como Tonalpohualli, para los
pueblos nahuas y Cholq´ij para la comunidad maya Q´uiche´, como un elemento de
diagnóstico y terapia fue y sigue sido un componente fundamental en la práctica
de la medicina ancestral de las comunidades mayas de los altos de Guatemala . Por lo que respecta a esta metodología en México, desafortunadamente en el
área maya al sureste del país, dicha práctica está extinta o, por lo menos,
quienes utilizan el calendario para hacer salud, están en el más completo
anonimato.
El uso sistémico de la calendárica mesoamericana puede
ayudar a conocer la etiología y los síntomas de cada una de las enfermedades en
cada región y para cada paciente en particular, además es útil para que los
médicos tradicionales puedan determinar el tratamiento y recursos terapéuticos
utilizados para restablecer la salud de la persona.
Otro elemento característico de la cosmovisión de los
pueblos mesoamericanos es la conceptualización y la simbología del movimiento.
A través de la imagen del movimiento y el desplazamiento implícito, surge la
idea de que todo está compuesto por una serie de opuestos complementarios,
suscitando una visión dualista del mundo, misma que se refleja hasta en la
concepción de sus divinidades. Así, los Dioses no tienen una personalidad
única, sino que se trata de un principio divino de naturaleza dual;
masculino-femenina. De modo tal que los dioses son los generadores del
movimiento, de los cambios de la realidad y de los ciclos del tiempo. En la
cosmogonía mesoamericana, los dioses creadores son también creadores del
tiempo.
En este orden de ideas, detrás del mundo visible y
tangible hay otro universo poblado de energías y poderes sobrenaturales que
determina los acontecimientos. Del mismo modo, la conciencia, la emoción y la
experiencia humana pueden desprenderse del cuerpo para internarse en otras
dimensiones de la realidad, lo que da una insondable profundidad a la vida, una
inigualable riqueza.
Lo anterior se debe a que los mayas y los nahuas
conciben al ser humano, así como a todos los seres vivos, como una dualidad de
materias corporales, visibles y tangibles y otras materias sutiles invisibles e
intangibles
Consideran que las materias sutiles pueden separarse del
cuerpo durante distintos momentos de la vida, y trasponer umbrales que permiten
su acceso a tiempos y espacios que están fuera de la realidad ordinaria. Tras
la muerte del cuerpo alguna de ésta materia sutil desaparece, y otra parte vive
eternamente en sitios especiales que van de acuerdo con la forma en que
murieron, o bien, reencarnan.
Así, las imágenes experimentadas en los sueños y las
vivencias conexas, estados a los que la ciencia occidental ortodoxa denomina
estados hipnagógicos o estados de duermevela, vivencia fuera del cuerpo,
alucinaciones o estados alterados de conciencia; fueron, para los nahuas y
mayas, desprendimientos del espíritu y accesos a otras dimensiones de la
realidad. Son también experiencias de la vida tan auténticas como el estado
normal de vigilia, pero con la diferencia que se consideran aventuras del espíritu
fuera del cuerpo.
De estas formas de separación del espíritu y el cuerpo
durante la vida, se puede hacer referencia a los sueños y el éxtasis. Dichos
estados abren los portales a otras dimensiones de la realidad. Ello significa
que el espíritu, o alguna de sus partes, pueden desprenderse temporalmente del
cuerpo sin que ello implique la muerte física. En ese ámbito es capaz de
realizar acciones que con el cuerpo y en el tiempo corriente son imposibles. En
estos estados se dan extrañas e insólitas vivencias.
El espíritu puede moverse de manera extraordinaria y
asumir formas diversas, en esos otros mundos se hacen presente fuerzas sobre
naturales y se produce una peculiar comunicación con él mismo, y con otros
espíritus externados. El espíritu liberado puede volar se puede desplazar a los
ámbitos sagrados del cielo y el inframundo, es posible que se situé en espacios
que se interpenetran. Es decir, que existan simultáneamente y también en
tiempos donde coexistan el pasado, presente y futuro.
También se puede trasfigura en otros seres y objetos
perdiendo los límites de la propia individualidad. Estas experiencias implican
la existencia de un mundo intangible e invisible paralelo a este. Al respecto
algunos indígenas actuales dan detalladas referencias.
Todos los seres humanos pueden penetrar en los otros
espacios de la realidad por el hecho de tener un espíritu separable del cuerpo.
Todos tienen la capacidad de dejar su cuerpo dormido o inerte para internarse
en mundos distintos reservados a los seres incorpóreos.
La idea del desprendimiento del espíritu, basado en
experiencias psíquicas distintas a las de la vigilia normal, y la consecuente
creencia de una dualidad de la naturaleza humana, es la base de la concepción
del hombre, de sus creencias en una existencia más allá de la muerte y, en fin
de asumirse en el mundo y ante lo sagrado.
Ahora bien, si se propusiera un ícono para conjuntar
el pensamiento y sentimiento de las culturas asentadas en Mesoamérica, nada
mejor que la montaña, el cerro, a cuya imagen y semejanza se construyeron
monumentales estructuras piramidales, a través de las cuales se rendía culto a
la “madre naturaleza”.
Nuestros antepasados
nos dejaron dicho con sus vida y ejemplo, que todas las riquezas del mundo
estaban dentro de la “sagrada montaña”, el “santo cerro”, ahí se formaban las
nubes, de su interior provenía el agua y los animales. Las entrañas de la
“madre tierra” guardaban la semilla de las diferentes especies vegetales que
dejaban en la superficie frutos maduros para la subsistencia de otras formas de
vida. La Pachamama alimentaba el cuerpo y la mente de los hombres, además
proporciona elementos para aliviar el dolor y los malestares físicos que les
aquejaban.
Códice Tovar:
Coatépetl la Montaña Sagrada. Nacimiento de Huitzilopochtli.
Lo anterior va más allá de una visión naturalista de
ver la vida. Por ejemplo, para los nahuas del centro de México la montaña
sagrada Coatépetl, situada en medio del agua, recuerda al mítico Aztlán y
anticipa Tenochtitlan. Es el lugar donde nace Huitzilopochtli donde se
integran el agua y el fuego, el primer templo y el sitio donde los aztecas se
volvieron mexicas El “cerro sagrado” era el espacio de mayor
relevancia para las culturas Mesoamericanas.
Finalmente, es posible afirmar que los pueblos
precolombinos sustentaban su visión del mundo en una relación armónica con el
medio ambiente, la dualidad hombre – naturaleza. Conscientes de sus fortalezas,
oportunidades, debilidades y amenazas, sacralizaba la tierra, la cual fue motivo
de culto y veneración para la sociedad mesoamericana. La relación con la ésta y
el uso tradicional que hacen de ella tienen sus particularidades propias.
Individual y colectivamente, sus tierras ancestrales tienen importancia
fundamental para la supervivencia de las comunidades.
Inclusive, en la actualidad muchos pueblos indígenas
tienen sus propios conceptos del desarrollo, basados en sus valores
tradicionales, su concepción del mundo, sus necesidades y sus prioridades.
Obviamente, también han construido sistemas de salud acordes con su
idiosincrasia, mismos que se sustentan en una rica tradición herbolaria,
rituales sagrados, calendarios, mitos, lenguajes, escritura, arte, ciencia,
tecnología, etc., mucho de lo anterior en aras de atender sus padecimientos
físicos y psíquicos y aliviar sus dolores.
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