lunes, 7 de septiembre de 2020

NOSOTROS LOS INDIOS CORRESPONDENCIA ENTRE J.MARIA ARGUEDAS Y HUGO BLANCO

 





La proyección del documental «Hugo Blanco, Río Profundo» a mediados de año, tuvo como acción benéfica remover la conciencia social en miles de espectadores del filme de Malena Martínez y despejar muchas dudas sobre el personaje histórico, y que dejaron sin piso los ataques veleidosos de una derecha interesada en "terruquear" a medio mundo. En esta ocasión, compartimos la breve pero riquísima correspondencia entre Hugo Blanco Galdós y José María Arguedas, material epistolar que sorprendió a mucha gente que no sabía de su existencia y que ha manifestado su interés por conocerla.      Así fue           Desde que conocí los escritos de José María Arguedas, me uní afectivamente a él.

Su compañera Sibila visitaba a Antonio Meza, un campesino, combatiente armado del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), del centro del país, preso en Lima. Cuando le trasladaron en 1969 a la isla prisión El Frontón, donde yo me encontraba, continuó visitándole. En El Frontón había compañeros que no tenían visitas, por lo tanto habíamos decidido socializarlas; así nos conocimos con Sibila.

José María pensaba que yo era un importante dirigentede izquierda, con toda la suficiencia que conlleva la palabra “importante”. Sibila le dijo que no era así, que yo era una persona común y corriente. J. M. decidió obsequiarme su novela Todas las sangres y como dedicatoria le puso algunas palabras en castellano.              Sibila me dijo que pensaba poner algo en quechua, pero se contuvo. Ese fue el motivo que me llevó a escribirle en quechua, él se emocionó y me respondió, también en quechua. Por intermedio de Sibila me pidió permiso para traducir ambas cartas y publicarlas, le respondí que, aunque al escribirlas no pensé en eso sino en volcar lo que había en mi pecho, no tenía ningún inconveniente en hacerlo público. Así mismo me pidió permiso para visitarme; yo consideré, como le digo en la segunda carta, que una fugaz visita en El Frontón no sería satisfactoria para el gran cariño que le tenía, Sibila se lo dijo. Comprenderán cuánto me pesa esa respuesta mía; recibió mi segunda carta y dijo: “La leeré el lunes”, se mató el viernes. Sibila me pidió que tradujera esa segunda carta.  Como verán, las palabras “tayta” y “taytáy” yo las traduzco por “padre” y “padre mío”, él se niega a traducirlas porque considera que al hacerlo no reflejan el profundo sentido que tienen en nuestro idioma; “misti” es el no-indio, incluyendo al mestizo que se cree blanco; “maqt’as” somos los llamados “indios” con pluralización castellana; “wakchas” son los pobres con la misma pluralización; “hallpando” viene del verbo quechua “hallpay” que significa “coquear”, que no es precisamente “masticar”, acá tiene el gerundio castellano. En la segunda carta aludo a una que mandé “A los revolucionarios poetas, a los poetas revolucionarios”, que entregué a la compañera Rosa Alarco y ella la envió a una revista en el Perú y también la publicó el periódico Marcha del Uruguay, cuyo jefe de redacción era Eduardo Galeano. Naturalmente que estoy de acuerdo con que si un poeta quiere cantar a la rosa, lo haga. Pero lo que me extrañaba era que los poetas “revolucionarios” cantaran a la “revolución” en abstracto, o a los grandes dirigentes revolucionarios mundiales y no se fijaran en la lucha cotidiana de mi pueblo, que día a día forjaba bellos poemas que no encontraban poeta; por eso pedía con desesperación que Vallejo resucitara, pues él cantaba a gente anónima como Pedro Rojas o Ramón Collar, cantaba a “Málaga sin padre ni madre”, al “padre polvo” de los escombros de Durango. Los “heraldos verdes”, mencionados en el cuento, son una paráfrasis de los “heraldos negros que nos manda la muerte” de César Vallejo. 

El Frontón, 14 de noviembre de 1969

Taytáy José María:De Hugo Blanco a José María Arguedas

Casi me has hecho llorar, este día, al saber lo que me contó tu esposa. Me dijo: “Esto te envía (Todas las sangres); escribió mucho en quechua y después, “puede tener vergüenza de mí” diciendo, se arrepintió y no puso sino esas escuetas palabras en castellano”. Cuando me dijo eso, yo me dolí mucho; casi lloré:

¿Cómo es posible, taytáy, que entre nosotros podamos avergonzarnos de cuanto nos podemos decir en nuestra lengua tan dulce? Cuando nos pedimos ayuda, nunca lo hacemos con palabras escuetas en nuestra lengua. ¿Acaso alguna vez escuchamos decir: “mañana has de ayudarme a sembrar, porque yo te ayudé ayer”? ¡Ahj! ¡Qué asco! ¡Qué podrá ser eso! Únicamente los gamonales suelen hablarnos de esa forma. ¿Acaso entre nosotros, entre nuestra gente, nos hablamos de ese modo? Muy tiernamente nos decimos: “Señor mío, vengo a pedirte que me valgas; no seas de otro modo; mañana hemos de sembrar en la quebrada de abajo; ayúdame pues caballerito, paloma mía, corazón”. Con estas palabras solemos empezar a pedir que nos ayuden. Y también cuando nos encontramos en los caminos de las punas, aun sin conocernos, nos saludamos el uno al otro; nos invitamos un trago, nos alcanzamos algún poco de coca; nos preguntamos hacia dónde vamos; y solemos charlar un rato. Y siendo así, ¿crees que puede haberme dolido cualquier cosa que hubieras escrito en nuestra dulce lengua para mí? ¿Acaso mi corazón no se enternece al leer cómo has traducido al castellano nuestra lengua para que todos la conozcan y alcancen a saber aunque no sea sino una parte de lo tanto que esa lengua puede expresar? ¿Acaso cuando yo también traduzco algo de lo que hablamos en nuestra lengua, no me acuerdo de ti? “Escribe como él, diciendo, van a hablar de mí los mistis (repito, únicamente para mí mismo, cuando intento traducir del quechua); eso lo han de repetir bien; han de decir la verdad; yo no puedo hablar de otro modo; digo exactamente lo que brota de mi corazón y de mi boca” diciendo esto, yo pienso. Yo no puedo decir qué es lo que penetra en mí cuando te leo, por eso, lo que tú escribes no lo leo como las cosas comunes, ni tampoco tan constantemente, mi corazón podría romperse.

Mis punas empiezan a llegar a mí con todo su silencio, con su dolor que no llora, apretándose al pecho, apretándolo. O bien cuando me recuerdas las pequeñas quebradas, empiezo a ver a los picaflores, escucho como si los pequeños manantiales cantaran. ¡Cuántas veces he pensado en ti cuando me he sentido con estos recuerdos! Cuánta alegría habrías tenido al vernos bajar de todas las punas y entrar al Cusco, sin agacharnos, sin humillarnos, y gritando calle por calle: “¡Que mueran todos los gamonales! ¡Que vivan los hombres que trabajan!”. Al oír nuestro grito los “blanquitos”, como si hubieranvisto fantasmas, se metían en sus huecos, igual que pericotes. Desde la puerta misma de la Catedral, con un altoparlante, les hicimos oír todo cuanto hay, la verdad misma, lo que jamás oyeron en castellano; se lo dijimos en quechua. Se lo hicieron oír los propios maqt’as, esos que no saben leer, que no saben escribir, pero sí saben luchar y saben trabajar. Y casi hicieron estallar la Plaza de Armas esos maqt’as emponchados. Pero ha de volver el día, taytáy, y no solamente como aquél que te cuento, sino más grande. Días más grandes llegarán; tú has de verlos. Muy claramente están anunciados. Aquí nomás concluyo, taytáy, porque si no, no he de terminar de escribir nunca. He de resentirme si no envías eso que escribiste para mí. Hasta que nos encontremos, tayta. No te olvides, pues, de mí. Hugo Blanco

De José María Arguedas a Hugo Blanco

Hermano Hugo, querido, corazón de piedra y de paloma:

Quizá habrás leído mi novela Los Ríos Profundos. Recuerda, hermano, el más fuerte, recuerda. En ese libro no hablo únicamente de cómo lloré lágrimas ardientes; con más lágrimas y con más arrebato hablo de los pongos, de los colonos de hacienda, de su escondida e inmensa fuerza, de la rabia que en la semilla de su corazón arde, fuego que no se apaga. Esos piojosos, diariamente flagelados, obligados a lamer tierra con sus lenguas, hombres despreciados por las mismas comunidades, esos, en la novela, invaden la ciudad de Abancay sin temer a la metralla y a las balas, venciéndolas. Así obligaban al gran predicador de la ciudad, al cura que los miraba como si fueran pulgas; venciendo balas, los siervos obligan al cura a que diga misa, a que cante en la Iglesia: le imponen a la fuerza. En la novela imaginé esta invasión con un presentimiento: los hombres que estudian los tiempos que vendrán, los que entienden de luchas sociales y de la política, los que comprendan lo que significa esta sublevación de la toma de la ciudad que he imaginado. ¡Cómo, con cuánto más hirviente sangre se alzarían estos hombres si no persiguieran únicamente la muerte de la madre de la peste, del tifus, sino la de los gamonales, el día que alcancen a vencer el miedo, el horror que les tienen! “¿Quién ha de conseguir que venzan ese terror en siglos formado y alimentado, quién? ¿En algún lugar del mundo está ese hombre que los ilumine y los salve? ¿Existe o no existe?, ¡carajo, mierda!”, diciendo, como tú, lloraba fuego, esperando, a solas. Los críticos de literatura, los muy ilustrados, no pudieron descubrir al principio la intención final de la novela, la que puse en su meollo, en el medio mismo de su corriente. Felizmente uno, uno sólo, lo descubrió y lo proclamó, muy claramente.

¿Y después hermano? ¿No fuiste tú, tú mismo quien encabezó a esos “pulguientos” indios de hacienda, de los pisoteados el más pisoteado hombre de nuestro pueblo; de los asnos y los perros el más azotado, el escupido con el más sucio escupitajo? Convirtiendo a ésos en el más valeroso de los valientes, ¿no los fortaleciste, no acercaste su alma? Alzándoles el alma, el alma de piedra y de paloma que tenían, que estaba aguardando en lo más puro de la semilla del corazón de esos hombres, ¿no tomaste el Cusco como me dices en tu carta, y desde la misma puerta de la Catedral, clamando y apostrofando en quechua, no espantaste a los gamonales, no hiciste que se escondieran en sus huecos como si fueran pericotes muy enfermos en las tripas? Hiciste correr a esos hijos y protegidos del antiguo Cristo, del Cristo de plomo. Hermano, querido hermano, como yo, de rostro algo blanco, del más intenso corazón indio, lágrima, canto, baile, odio.

Yo hermano, sólo sé bien llorar lágrimas de fuego; pero con ese fuego he purificado algo la cabeza y el corazón de Lima, la gran ciudad que negaba, que no conocía bien a su padre y a su madre; le abrí un poco los ojos, los propios ojos de los hombres de nuestro pueblo, les limpié un poco para que nos vean mejor. Y en los pueblos que llaman extranjeros creo que levanté nuestra imagen verdadera, su valer, su muy valer verdadero, creo que lo levanté alto y con luz suficiente para que nos estimen, para que sepan y puedan esperar nuestra compañía y fuerza; para que se apiaden de nosotros como del más huérfano de los huérfanos; para que no sientan vergüenza de nosotros, nadie. Esas cosas, hermano, a quien esperaron los más escarnecidos de nuestras gentes, esas cosas hemos hecho; tú lo uno y yo lo otro, hermano Hugo, hombre de hierro que llora sin lágrimas; tú, tan semejante, tan igual a un comunero, lágrima y acero. Yo vi tu retrato en una librería del barrio latino de París; me erguí de alegría, viéndote junto a Camilo Cienfuegos y al “Che” Guevara. Oye, voy a confesarte algo en nombre de nuestra amistad personal recién empezada: oye, hermano, sólo al leer tu carta sentí, supe que tu corazón era tierno, es flor, tanto como el de un comunero de Puquio, mis más semejantes. Ayer recibí tu carta: pasé la noche entera, andando primero, luego inquietándome con la fuerza de la alegría y de la revelación. Yo no estoy bien, no estoy bien; mis fuerzas anochecen. Pero si ahora muero, moriré más tranquilo. Ese hermoso día que vendrá y del que hablas, aquél en que nuestros pueblos volverán a nacer, viene, lo siento, siento en la niña de mis ojos su aurora, en esa luz cayendo gota por gota tu dolor ardiente, gota por gota sin acabarse jamás. Temo que ese amanecer cueste sangre, tanta sangre. Tú sabes y por eso apostrofas, clamas desde la cárcel, aconsejas, creces. Como en el corazón de los runas que me cuidaron cuando era niño, que me criaron, hay odio y fuego en ti contra los gamonales de toda laya; y para los que sufren, para los que no tienen casa ni tierra, los wakchas, tienes pecho de calandria; y como el agua de algunos manantiales muy puros, amor que fortalece hasta regocijar los cielos. Y toda tu sangre ha sabido llorar, hermano. Quien no sabe llorar, y más en nuestros tiempos, no sabe del amor, no lo conoce. Tu sangre ya está en la mía, como la sangre de don Victo Pusa, de don Felipe Maywa, don Victo y don Felipe me hablan día y noche, sin cesar lloran dentro de mi alma, me reconvienen en su lengua, con su sabiduría grande, con su llanto que alcanza distancias que no podemos calcular, que llega más lejos que la luz del sol. Ellos, oye Hugo, me criaron, amándome mucho, porque viéndome que era hijo de misti, veían que me trataban con menosprecio, como a indio. En nombre de ellos, recordándolos en mi propia carne, escribí lo que he escrito, aprendí todo lo que he aprendido y hecho, venciendo barreras que a veces parecían invencibles. Conocí el mundo. Y tú también, creo que en nombre de runas semejantes a ellos dos, sabes ser hermano del que sabe ser hermano, semejante a tu semejante, el que sabe amar.

¿Hasta cuándo y hasta dónde he de escribirte? Ya no podrás olvidarme, aunque la muerte me agarre, oye, hombre peruano, fuerte como nuestras montañas donde la nieve no se derrite, a quien la cárcel fortalece como a piedra y como a paloma. He aquí que te he escrito, feliz, en medio de la gran sombra de mis mortales dolencias. A nosotros no nos alcanza la tristeza de los mistis, de los egoístas; nos llega la tristeza fuerte del pueblo, del mundo, de quienes conocen y sienten el amanecer. Así la muerte y la tristeza no son ni morir ni sufrir. ¿No es verdad hermano? Recibe mi corazón.

José María

De Hugo Blanco a José María Arguedas

El Frontón, 25 de noviembre de 1969

¡Padre mío! Padre mío José María:

Cada vez que me hablan de ti hacen llorar mi corazón, con una u otra cosa. La vez pasada, porque creíste que criticaría tu actitud y ahora, porque estando enfermo quieres venir. ¡Padre mío! ¡Cuánto está queriendo encontrarse contigo mi corazón! ¡Cuánto desean mirar mis ojos a mi gran padre! Encontrarme contigo, padre mío, ¡qué sería! Desde mucho antes sabía que éramos un solo corazón, no solamente leyendo Los ríos profundos; sino que, leyendo cualquier cosa que escribes, mirando cualquier cosa que haces, se trasluce tu ser indio. ¿Iba a esperar yo a escuchar lo que dijeran los críticos?  Que hablen lo que quieran esos mistis; mi corazón, está mirando al tuyo en lo que escribes, allí apareces como en agua clara. Por eso, padre, encontrarme contigo ¡qué sería! Ni en todo el año terminaríamos de relatarnos. Y eso no se puede en la visita. No dura ni dos horas. No alcanza para conversar nada. Mucha gente trajina, como en los mercados de nuestros pueblos. Y contigo, padre mío, no podríamos hablar sólo diez minutos. Nuestro corazón reventaría. ¡Habiendo tanto que relatarnos, habiendo tanto que conversar! Contigo tenemos que hablar calmadamente, como hombres serios; sentándonos tranquilos, el corazón plácido, hallpando nuestra coquita, fumando de un solo cigarrillo, perdiendo la vista en los cerros lejanos. Acá no sería así, padre. Así como no puedo leer comúnmente tus escritos, por esa misma razón no podría encontrarme contigo comúnmente. A pesar de eso, te haré llamar un día, padre; cuando haya algo de calma; por lo menos para contemplar tu venerado rostro, por lo menos para apretar tu corazón al mío. Mientras llegue ese día, así te escribiré cada vez, volcando mi corazón al tuyo. Como si en la era del trigo, dentro del aliento del rastrojo, mirando las estrellas, nos estuviéramos relatando lo que hemos vivido, lo que pensamos; así igual va a ser padre, no te apenes, no llores. Cuán lejos estemos, somos el mismo corazón.  Conozco bien tu corazón, padre, aún antes de que me escribieras. Como te digo, al igual que en agua cristalina se ve tu corazón a través de tus escritos. No sé qué verán los mistis en ellos; y para que les digan: “Ése es un buen crítico” hablan una u otra cosa. Es imposible que ellos vean tu corazón aunque se los estés mostrando. El misti es misti, padre. En cuanto a ser buenas personas, algunas son realmente buenas personas, no les estoy insultando. Pero tu corazón, sólo tus congéneres indios lo vemos bien. Los mistis, aun siendo buenas personas, para eso, son ciegos que miran. Ellos no sollozan temblorosos como nosotros al leer tus escritos. Imposible, padre, el misti es misti.

Padre mío, algo tenía que decirte; quizá cuando hablé de los poetas habrás dicho: “¡Inclusive a nosotros se está refiriendo este cholo!”. No, padre, de ninguna manera. ¿Acaso en tu novela Los Ríos Profundos no relatas de forma encantadora lo de nuestra madre chichera? ¿Acaso leyendo esas cosas no llegué a llorar en silencio en mi rincón de la cárcel de Arequipa? ¿Y así iba a decir de ti: “No habla de la lucha del hombre común”? Y no sólo eso, padre. A ti, ya estando en la cárcel de Arequipa, te conocí bien. Y al conocerte dije: “¡Ya está carajo, ahora el mismo indio está hablando!” Así te miré. Pero desde antes, desde mi infancia respeté a los señores mistis cuando escribían a favor del indio. Por eso, aunque son mistis, mucho respeto a esos señores: Clorinda Matto, Ciro Alegría, Jorge Icaza, Enrique López Albújar. Esos señores pusieron la semilla en mi corazón cuando sólo era un muchacho, ellos también ayudaron para que mi sangre hirviera, me hicieron ver lo que no veía. Además, por eso respeto a mi hermano, él me hizo conocer lo que escribieron esos señores, él mismo escribió un poco en su juventud. Por esa experiencia mía, te digo padre: lo que escribes no es sólo para mostrar a los no-indios de todas las naciones que nosotros somos gentes; no es sólo eso, padre. Ablanda el corazón de nuestro propio pueblo, lo despierta. Claro que tú todavía no ves a dónde llega la semilla que derramas. Quién sabe en qué jóvenes corazones se está regando hermosamente esta semilla. Así como Ciro Alegría, Icaza, no supieron que en mi corazón yo regaba su semilla. Ellos, siendo mistis, sembraron bien para que madure así en lucha. ¿Y así no iba a madurar en forma preciosa lo que como indio siembras? Para que veas que tengo la raíz del propio hombre, la raíz brotada de nuestra propia tierra, te envío este relato que hago de mi padre Lorenzo. Eso no es cuento, padre; ahí estoy relatando lo realmente sucedido, también los nombres son verdaderos. Desde hace tiempo quería relatar acerca de ese gran hombre, para que todos vieran la fuerza de nuestra raíz india. Sólo tiempo me faltaba para hacer eso. Pero ahora, al enterarme que estás enfermo, dije: “De una vez lo haré, para enviarlo a mi padre José María; para que por lo menos con eso se alegre en su enfermedad, para que se alegre con nuestra triste alegría”. Diciendo esto, padre, lo hice rápido, y ahora te lo estoy enviando con todo mi corazón.

Hasta otro día padre, sangre de mi sangre, pena de mi pena, alegría de mi alegría. Si sólo fuese por mí, jamás acabaría esta carta, cuando tantas cosas tengo que decirte.

Hasta otro día padre,  Hugo Blanco Anexo a la Carta

El maestro

(Este texto fue enviado a José María Arguedas adjunto a la carta precedente, cuatro días antes del balazo que acabó con su vida. Lo que se conoce es que la carta fue recibida y no leída, o leída a medias). A las hojas de una mostaza silvestre sancochadas, llamamos “yuyu hauch’a”. Nos gusta mucho, a pesar de que evoca la muerte en su causa más extendida y silenciada: el hambre. Cuando viene el hambre, devora habas, maíz, papas, chuño (papa helada y deshidratada); no deja nada al indio… más que esas hojas, ya sin manteca, sin cebolla, sin ajos, hasta sin sal. Después de esas y esas hojas, viene la muerte, son sus “heraldos verdes”. Viene la muerte con diferentes seudónimos en castellano y en quechua: tuberculosis, anemia perniciosa, neumonía, pujiu (manantial), wayra (viento), layqa (brujería). Se le llama por sus seudónimos porque su verdadero nombre es mala palabra: hambre. Pero el yuyu hauch’a no tiene la culpa de esto, por eso nos gusta tanto. No digo que sea rico, yo no entiendo de esas cosas; ya me equivoqué con el chuño, yo decía que era muy rico y la gente entendida afirma que es insípido. Por eso yo sólo digo que nos gusta mucho aunque nos recuerde las hambrunas. Esas hambrunas en las que a veces los gringos (¡tan buenitos ellos!) nos mandan de limosna maíz con gorgojo y “leche” en polvo; que llegan a la parroquia, a la alcaldía o a la gobernación, y de allí pasan a servir de alimento a los chanchos de los hacendados.  Yo no pido que nos repartan esa limosna, yo exijo que nos devuelvan lo nuestro para que no haya hambrunas. Fue mi primo hermano, Zenón Galdos, quien pidió que se repartiera; le costó caro; por exigir eso, el señor Araujo, alcalde de Huanoquite, lo mató de un balazo. El señor Araujo no está preso, es de buena familia.

Un domingo de mil novecientos cuarentaytantos, saboreando mi ración de yuyu hauch’a, conversaba con la campesina que lo vendía, sentada en el barro del mercado de San Jerónimo, Cusco. Conversábamos el tema del día: los temblores. Ella me explicó su origen: eran enviados como castigo porque los indios del ayllu se levantaron contra los padres dominicos de la hacienda “Pata-pata”. Así lo manifestó el señor cura durante la misa de esa mañana: “El demonio no ha muerto, está en el hospital del Cusco”. El señor cura no dijo que la muerte del “demonio” era la condición para que cesen los temblores, la campesina lo entendió así por su cuenta. – ¿Morirá?   – – Seguro, está muy mal dicen, por su culpa todo esto…

Ella no quería temblores ni quería ir al infierno, por eso sus palabras condenaban al “demonio”. Pero su cara, su voz, el barro en que estaba sentada, el yuyu hauch’a, su corazón: todo eso era de tierra, de tierra como el “demonio” que estaba en el hospital, de tierra que gritaba silenciosamente su desesperado anhelo de que el “demonio” se salvara. Y se salvó nomás Lorenzo Chamorro… Se salvó a medias porque quedó inválido. El médico le dijo: “Sólo un indio como tú puede estar vivo con seis agujeros en las tripas; lo que te fregó es que la bala te afectó la columna vertebral”. Y así lo conocí tiempo después, ya en su rincón: lagañas, mugre, muletas, poncho grande, voz vibrante, ojos fuego. Lo miré y supe que era verdad que producía temblores: mi sangre temblaba, mis siglos temblaban cuando me acerque a abrazarlo.

– Tayta, cuéntame. Y me dijo cosas que ya sabía: que la hacienda “Pata-pata” de los dominicos continuaba arrebatando tierras a la comunidad, que la comunidad tenía títulos de propiedad, que la justicia no llegaba nunca, que los campesinos organizaron sindicato, que él era el secretario general, que quisieron sobornarlo, que no cedió; que lo amenazaron, que no cedió; que cuando estaban trabajando las tierras en litigio vinieron el prior del Convento de Santo Domingo y sus matones; que, como los matones no lo conocían, el prior lo señaló “con la misma mano que consagra al Santísimo”, que entonces recibió los balazos de uno de los matones. – Todos mis compañeros corrieron a atenderme; yo les decía: “¡No!, ¡déjenme! ¡Agárrenlo a él!, ¡Agárrenlo…!” y ¡ahí nomás me desmayé! No hubo cárcel para los heridores del indio, ni indemnización para el indio herido; se sobreentiende; estamos en el Perú.  Los campesinos temían ir a visitarle en su rincón de inválido, era peligroso… comprometedor… Pero las campesinas iban… “sólo a visitar a su mujer”… hasta que el señor cura se enteró y tuvo que explicar desde el púlpito:

– Hijos míos, el Señor ha perdonado a este pueblo pero ustedes abusan de su bondad, vuestras mujeres siguen visitando la casa del demonio. ¡Va a caer lluvia de fuego sobre San Jerónimo!…  Las campesinas evitaron la lluvia de fuego, dejaron de ir donde la mujer de Chamorro. – Mi hijo mayor lloraba mucho tocando su guitarra, de pena se ha muerto.  Yo seguí visitándolo, en busca de la lluvia de fuego, la sentía, escuchando relatos desconocidos.  – ¿Conoces el cerro Pícol?  – Si, tayta, desde el Cusco se ve; también desde el camino a Paruro; desde bien lejos se ve ese cerro.  – Eso también querían quitarnos. Mandaron guardias a caballo. Nosotros estábamos preparados.  Los guardias no se dieron cuenta de que el camino se contorsionaba para dificultarles el ascenso; no veían que los p’atakiskas (cactus) abrían sus brazos erizados de espinas amenazándolos; no notaron el odio de las piedras, de los guijarros; no comprendieron que si la gran herida roja del cerro tomaba color humano, era por la cólera, la santa cólera de ver guardias donde sólo debía haber hombres.  De pronto algunas piedras se movieron, no eran piedras, eran indios honderos como los de antes, como los indios de siempre, con las hondas de siempre. Las hondas de las huestes de Thupaq Amaru, las hondas que lanzan el grito de rebelión. “¡Warak’as!”.  Pero esta vez los proyectiles no eran las piedras indias… ¡Dinamita!  Se atascó el cerebro de los guardias; antes de que se dieran cuenta de lo que sucedía, los caballos estaban en dos patas y ellos en cuatro; corriendo ladera abajo en medio de explosiones, sin hacer caso a los brazos feroces de p’atakiska que fácilmente se desprenden del cuerpo de la planta y difícilmente del cuerpo de la gente o de las bestias.  – No regresaron más. Así hay que pelear, aprende, con warak’a y con dinamita; con las mañas de los indios y con las mañas de los mistis; hay que conocer bien lo de nosotros y lo de ellos.  – Sí tayta… hay que conocer bien lo de nosotros y lo de ellos para pelear mejor.

Y las lecciones continuaban:   – Toca mi cabeza en esta parte. ¿Qué hay?  – Hueco tayta, no hay hueso, hueco nomás hay.  – Te voy a contar de ese hueco. Eso fue en Oropeza. Los indios estábamos en pleito con el hacendado. Él se consiguió compadres, nosotros nos cuidábamos. Pero una vez tuvimos fiesta y nos estábamos emborrachando; en eso llegaron los compadres del hacendado queriendo matarnos a palos.

Los antiguos contendientes, los de siempre, los de siglos, los de toda la tierra: de un lado, “los compadres del hacendado”, mezcla de bestias y máquinas, como todo aquel que combate para el amo, sea mercenario, mariner yanqui, ranger o amarillo. Es la anti-humanidad que hiere al hombre. Máquina bestializada que no piensa. Encierra a un hermano adentro, claro está; pero, mientras no surge el hermano, es todavía eso: máquina y bestia, fabricada para herir al hombre.  Del otro lado “los indios”, representantes del hombre en general, humanizados por encima de la borrachera porque ahora sólo la rebelión convierte al hombre en hombre. “Los indios” luchando por el hombre, por la tierra; por la tierra de ellos y de todos los hombres.

– De repente nomás llegaron. A mí me agarró uno de ellos y me rompió la cabeza de un palazo; yo me caí muerto, pero me levanté para meterle el cuchillo y de vuelta me caí muerto. Después no sé cuánto tiempo habrá pasado, comencé a escuchar de lejos el doble de las campanas. “¿Cómo será? –decía yo en mi adentro– ¿de mí estarán doblando o del perro del gamonal?” Después ya me moví un poco, me desperté bien y me di cuenta de que estaba vivo. Recién me puse tranquilo, “del compadre del gamonal había sido”, diciendo. Así, aunque te rompan la cabeza, cuando tienes que seguir peleando, resucitas.  – Sí, tayta.

– Con juicios nunca ganamos los indios, tiene que ser así, peleando. Los jueces, los guardias, todas las autoridades, están a favor de los ricos; para el indio no hay justicia. Tiene que ser así, peleando.  – Sí, tayta, así peleando.  Me relató muchas cosas más, me contó que sus huesos no se habían roto al saltar del tren en marcha cuando lo llevaban preso.  – ¿Cuentas a tus profesores lo que te hablo?  – A algunos nomás, tayta.  – ¿Qué te dicen?  – Unos me dicen “así es”, te quieren tayta; otros me dicen “son ideas foráneas”.

– ¿Qué es eso?   – No sé, tayta.   Y las lecciones de “ideas foráneas” seguían.  Lluvia de fuego.  Impotente, acorralado, volcaba en mí toda su candela. Pero a veces, estallaba:  – ¡Carajo! ¡Ya no puedo pelear! Estas malditas piernas ya no pueden ir a los cerros. Mis manos ya no sirven. No valgo para nada. ¡Ya no puedo pelear, carajo!  – ¡Sí, tayta! ¡Vas a seguir peleando! Tú no estás viejo, tayta; tus pies, tus manos nomás están viejos. Con mis pies vas a ir donde nuestros hermanos, tayta; con mis manos vas a pelear, tayta; como cambiarte de poncho nomás es. Mis manos, mis pies, te vas a poner para seguir peleando. ¡Como cambiarte de poncho nomás es, tayta! El Frontón, noviembre de 1969                                                                 (Capítulo 1, del libro “Nosotros los Indios” de Hugo Blanco)


viernes, 21 de agosto de 2020

SIN DERECHO A TENER DERECHOS PUEBLOS INDIGENAS AMAZONICOS

 


El defensor adjunto de conflictos sociales, Rolando Luque, declaró a “El País” que en abril de 2019 la Defensoría del Pueblo registró la plataforma de lucha de las comunidades cercanas al Lote 95. Dijo: “Los pedidos son principalmente dirigidos al Estado: sobre construcción de establecimientos de salud, instalación de energía eléctrica, entre otros. Pero no se han dado pasos concretos en ese plan de cierre de brechas anunciado por el ex primer ministro Vicente Zeballos” (1).

El propio sector extractivo lo admite: “Reconocemos que el actual contexto de pandemia que se vive en el país ha puesto en evidencia las limitaciones y deficiencias que existen en la región en el sector salud; en especial en las poblaciones alejadas de la región Loreto” (2).

El portal Mongabay por su lado, reconoció que “las comunidades indígenas exigen a la empresa PetroTal y al gobierno la instalación de los servicios básicos en sus localidades, pues hasta el momento carecen de luz permanente y una red de agua potable. También solicitan que se mejoren las condiciones de los servicios de salud, sobre todo con la situación que se vive actualmente en la Amazonía por la pandemia del COVID-19”(3). lo que la población indígena exigía en Bretaña eran y son condiciones dignas mínimas de existencia

Como se aprecia, lo que la población indígena exigía en Bretaña eran y son condiciones dignas mínimas de existencia. Lo que los pueblos indígenas exigen no solamente es la protección de los derechos sociales (derecho a la salud, propiedad, el derecho a vivir en un medio ambiente adecuado, etcétera); sino el derecho a contar con un Estado que proteja sus derechos, ser considerados y, sobre todo, ser tratados como ciudadanos. 

“El derecho a tener derechos” de los pueblos indígenas

Los pueblos indígenas que viven en territorios lejanos y apartados se encuentran en una situación de permanente vulnerabilidad a nivel de sus derechos, debido a que no cuentan con instituciones que los hagan valer. Éstos carecen de aquello que Hanna Arendt llamaba el “derecho a tener derechos”; es decir, “el derecho a vivir en una comunidad política en donde se reconozcan y protejan tales derechos (4). Arendt tenía en mente a los Estados totalitarios; no obstante, la vulnerabilidad en sus derechos también ocurre no solo cuando hay un Estado fuerte (totalitario), sino cuando hay un Estado débil, es decir, cuando no hay institucionalidad estatal capaz de hacerlos cumplir. Como señala Mauricio Rodriguez, “la dignidad y los derechos están en peligro no solo cuando el Estado es demasiado fuerte, sino cuando el Estado es demasiado débil, cuando éste ha perdido su capacidad de hacerlos valer” (5).

  • El “apartheid estatal” en el que viven los pueblos indígenas

Mauricio Rodríguez (6) utiliza el concepto de “apartheid institucional” para señalar lo que ocurre en amplias zonas del territorio nacional, donde el Estado o no existe o donde su presencia es muy débil y, como resultado, las poblaciones que habitan esos territorios – en nuestro caso los pueblos indígenas – resultan discriminadas por el hecho de que sus derechos no son reconocidos ni protegidos.

Como bien precisa este autor, la palabra apartheid tiene un fuerte significado discriminatorio y esto se debe a que con ella se designaba una política de segregación racial promovida por el Estado que tuvo lugar en Sudáfrica. Mediante esta categoría, se dividió a la población en categorías raciales y, en base a éstas, se crearon regímenes separados de garantía de derechos. En el caso de los pueblos indígenas peruanos podemos utilizar esta palabra para designar un fenómeno diferente, pero con resultados discriminatorios similares. Nos referimos al abandono institucional de grandes territorios del país donde viven pueblos indígenas. El resultado es la segregación de los pueblos indígenas que viven allí por falta de instituciones estatales.

Lo que han sufrido y sufren los pueblos que protestaron en Bretaña no es un caso aislado. A pesar de los sistemáticos derrames de petróleo en el Marañón, el Estado y el Ministerio de Salud (MINSA) no han hecho exámenes toxicológicos y epidemiológicos a los miembros de comunidades nativas kukamas afectadas por el derrame de 2500 barriles de petróleo en Cuninico en junio del año 2014; igualmente, a pesar que saber de la existencia de niveles de metales pesados en la sangre de la población cusqueña de Espinar por encima de los límites biológicos permisibles, tampoco se les ha brindado atención médica. Asimismo, una gran cantidad de comunidades nativas viene pidiendo que se titulen sus territorios, mientras el Estado prefiere guardar silencio. Y así podríamos hacer una lista interminable.

Si en Sudáfrica existió una segregación fundada en la prevalencia de un fenotipo basado en el color de la piel, en Perú, en el caso de los pueblos indígenas, existe una segregación fundada en la prevalencia de ciertos territorios sobre otros: la costa sobre la sierra y la selva, las grandes ciudades sobre el campo, lo urbano sobre lo rural. Además, sobre esa discriminación se agrega otra étnica y cultural del Estado a los pueblos indígenas (7).

Si la fuente de la discriminación en Sudáfrica fue el exceso de poder estatal a través de la organización institucional de la segregación, la fuente de discriminación en Perú es el déficit de ese mismo poder, lo que entraña una imposibilidad general para hacer efectivo “el derecho a tener derechos”. Tanto como fue en Sudáfrica, hoy en el Perú existe una segregación institucional que anula la posibilidad de reclamar derechos.

No se trata de casos aislados ni de una fatalidad histórica: la falta de presencia del Estado es un fenómeno sistemático y masivo, producto en buena parte de decisiones y políticas públicas, de priorizar unos sectores sobre otros y de abandonar otros en función de determinados intereses. No solo se trata de que el Estado abandone grandes porciones del territorio nacional, sino también del abandono de los millones de peruanos y peruanas que los habitan, en nuestro caso, los pueblos indígenas.

  • Un tercio del territorio peruano no tiene presencia estatal (8)

Diversos autores, como Sinesio López, han sostenido que a mayor ruralidad menor ciudadanía, porque hay menos Estado. Sin Estado no hay derechos, pues él es su garante. Para éste, en “un tercio del territorio peruano hay una especie de vacío estatal, lo que abre la posibilidad de emergencia de otras formas de dominación  (patriarcal, patrimonial, de bandas armadas, de grupos subversivos, etc.) ajenas a la dominación moderna, racional, legal y burocrática” (9).

Añade que

“[l]a ausencia del Estado se siente en una gran parte del territorio de la sierra y de la selva. En varias centenas de distritos no hay comisarías, las escuelas son unidocentes, no existe personal médico ni centros de salud, no tienen agua potable ni desagüe, no hay luz eléctrica, no existen caminos rurales, la ley y la justicia no llegan a todos por igual. La ausencia del Estado arrastra otras ausencias: no hay mercado ni desarrollo. Existe una relación directa entre ausencia de Estado y falta de desarrollo” (10).

Agrega que

“[e]n las zonas donde no está presente el Estado tampoco existe la ciudadanía. Existen electores, pero no ciudadanos. La ciudadanía civil (que tiene que ver con la libertad individual) es muy frágil y la ciudadanía social (que tiene que ver con el acceso al bienestar que produce el país) brilla por su ausencia. La mayoría de ellos demandan más Estado y más comunidad (son comunitaristas-estatistas) como formas de integración” (11).

  • El derecho a la protección estatal como ejercicio de ciudadanía 

Ante esta situación, Mauricio Rodríguez postula que las personas que viven en esos territorios, apartados y abandonados por el Estado, “tiene[n] el derecho a invocar la protección estatal, y más concretamente, tiene el derecho al amparo institucional, un derecho al Estado en definitiva. No a cualquier Estado, por supuesto sino a un estado Social que proteja su dignidad y sus derechos” (12).

Solo hay Estado para sacar recursos, para cuidar a las empresas petroleras, pero no hay Estado para cuidar a las personas. Lo poco que hay de Estado se porta como fuerza de ocupación para cuidar los intereses de las empresas petroleras. Y lo poco que hay de Estado es ineficiente y corrupto.

Solo hay Estado para sacar recursos, para cuidar a las empresas petroleras, pero no hay Estado para cuidar a las personas. Lo poco que hay de Estado se porta como fuerza de ocupación para cuidar los intereses de las empresas petroleras. Y lo poco que hay de Estado es ineficiente y corrupto.

 

En resumen, las poblaciones indígenas que viven en zonas de apartheid institucional están, de hecho, fuera del contrato social. Sus derechos son simplemente nominales, retóricos, no reales. No cuentan con una institucionalidad básica estatal que les permita hacer efectivos sus derechos y, en consecuencia, se encuentran en una situación de elevada vulnerabilidad en sus derechos (13). En las lúcidas palabras de Rodríguez, la calamidad de los sin-estado no es, entonces, una simple pérdida de derechos específicos; es más que eso, es la pérdida de la pertenencia a una comunidad que garantiza tales derechos (14).

Así, de vuelta al caso del acuerdo entre el Estado y los indígenas que protestaban en Bretaña, podremos ver que el Estado no ha cumplido con su función. La razón de ser del Estado es proteger y cuidar a las personas, no abandonarlas a su suerte, tal como hizo –y lo sigue haciendo– con estos pueblos por muchísimo tiempo. El Estado no les debe un favor, no les debe dar regalos ni concesiones políticas, simplemente les debe dar amparo institucional a sus derechos, reparar las violaciones a los derechos de los pueblos indígenas que su misma desidia e indiferencia causaron.

El derecho al amparo institucional está concebido como el instrumento jurídico destinado a incluir en el Estado constitucional a las poblaciones que habitan en zonas de apartheid institucional. Ese es su propósito, convertir a los habitantes que viven como parias en espacios desamparados, como los indígenas que protestaban en Bretaña, en ciudadanos de verdad, activos y participantes (15).

El “derecho a tener derechos”, evocado por Arendt, no es otra cosa que el derecho “que tienen todos los ciudadanos a vivir en una sociedad en donde existían instituciones capaces de hacer valer sus derechos” (16). Y eso no es otra cosa que el ejercicio de ciudadanía. Las organizaciones indígenas vienen exigiendo eso cuando piden el cierre de brechas para ser tratados como ciudadanos.

  • Palabras finales

En definitiva, lo que está en juego no es solo el respeto a determinados derechos afectados, sino algo más de fondo: el derecho a pertenecer a una comunidad política, esta “especie de supra derecho fundamental inherente a la dignidad humana” (17), derecho del cual carecen buena parte de los pueblos indígenas en nuestro país, que viven en zonas periféricas del Estado peruano, en donde, como hemos sostenido, las instituciones públicas son sumamente precarias e incluso inexistentes.  Tomado de  SERVINDI Servicios de Comunicacion Intercultural.


viernes, 17 de julio de 2020

TESTIMONIO DE HAROLDO SALAZAR LIDER INDIGENA AMAZONICO PERU QUE VENCIO EL CORONAVIRUS CON PLANTAS MEDICINALES


Compartimos el valioso testimonio de Haroldo Salazar Rossi, un indígena especialista en ecología y bosques tropicales quién recurrió a su experiencia basada en el conocimiento de las técnicas curativas y propiedades de las plantas medicinales de la selva tropical para afrontar un cuadro de COVID-19 que lo amenazó a él y a toda su familia.

Haroldo, fue uno de los técnicos del pionero programa Huertos Integrales Familiares Comunales (HIFCO) de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) y que sentó las bases para una estrategia de soberanía alimentaria en base a la agroecología y agroforestería. 

Por Haroldo Salazar Rossi
 Quiero compartir las experiencias que he pasado con el coronavirus (COVID-19) y algunas recetas con las que pude vencerla. Fue muy duro estar con mi familia y asumir esta responsabilidad.
El virus se manifiesta de formas muy raras en cada persona; por ejemplo, no a todos les da dolores de cabeza, espalda, pecho y huesos. Los casos son diferentes.
Los síntomas aparecieron en mí desde el cinco de mayo. Un día antes empecé a sentir un malestar, desgano y desvanecimiento en todo el cuerpo, como si tuviese frío y esas cosas.
Además, en las noches tenía una fiebre interior que no era normal; venía de los pies a la cabeza y no me dejaba dormir. A partir de ahí tuve sudor, dolores de articulaciones y mucha fiebre, la cual no paró por más de nueve días.
Dentro de ese periodo siempre me traté con plantas naturales y con cositas que aprendí de la interculturalidad, porque sabía que no había cura o esta no llegaría a tiempo. Tampoco podía ir a los hospitales porque no tenían oxígeno ni tratamientos y en las farmacias no había stock de medicinas o una pastilla costaba veinte, cincuenta y hasta cien soles.
Cuando me enfermé estuve tratándome con la cascara de quina y la corteza de la uña de gato y preparados como estos. Los hacía hervir y tomé los jarabes por nueve días.
Luego de dicho periodo, no sé quién les avisó, pero llegaron personas para hacer pruebas rápidas del COVID-19, donde di positivo y, por lo tanto, toda mi familia también estaba contagiada.
Entonces, me dieron pastillas de paracetamol para la fiebre y otras de hiroxcloroquina que se utiliza para la malaria; cada ocho horas tenía que tomar la mitad de esas pastillas.
Estuve tomándolas tal y como me indicaron por dos días y medio, pero fue ahí cuando me sentí más grave; parecía que le hubiera dado la contra a lo que estaba haciendo antes. También, comencé a tener dolores de cabeza, espalda, pecho y seguía la fiebre con todo. Realmente, me desesperé.
Los que vienen a darte las medicinas te las entregan y nunca más vuelven, solamente apuntaron que tú eres tal persona y punto; después, nunca más tuve el seguimiento de ellos. Por esto, volví a tomar las plantas medicinales que conozco. Esta vez sí las acompañé con pastillas, y es parte del proceso en que te vas mejorando.
Fue ahí cuando mis suegros y mi esposa empezaron a tener los síntomas y todos teníamos que ayudarnos de una u otra manera. Para esto tomábamos agua de matico con agua de kión, el sacha ajo, la mucura, el kion, el ajo, cebolla, con limón y un poquito de miel.
Con todo esto empezamos a tratarnos las más o menos siete personas de la familia en casa y mi nieto, que no se enferma hasta ahora.
Así pude ver cómo los preparados a unos les caía bien y a otros no. Me di cuenta que iban de acuerdo con la edad. Asimismo, observé que las plantas secas o las que se remojan con el aguardiente pueden afectar el estómago y al hígado si las tomas en exceso con el aguardiente. 
Pero, cuando se hierven puras y se toman con otras plantas no presentan ningún problema; al contrario, ayudan al estómago y a todo el intestino. Si bien toda planta puede tener sus contraindicaciones, no he visto que se presenten problemas cuando se toman puras.
Ahora ¿cómo podemos protegernos de las contraindicaciones? Con las mismas plantas. Por ejemplo, si te hace daño la uña de gato o la mucura, toma el matico y la hierbaluisa. Las plantas medicinales no provocan muchos problemas.
Actualmente, existen muchas de estas recetas surgidas a partir de la observación y la experiencia, pero no paran el COVID-19. Aún no hay alguien que te pueda decir definitivamente cómo hacer las cosas.
Foto: Plantas y hojas de Mucura (N.C: Petiveria)

En busca de una sanación más allá de los hospitales

Para la mayoría de la gente la situación es muy desesperante, y como no existe una cura especial, tenemos que ir al hospital, a la farmacia o a una clínica donde se aprovechan de la situación y te sacan un ojo de la cara.
Si te enganchas con un tratamiento, en las clínicas no baja de cincuenta mil u ochenta mil soles y en otros lugares cobran hasta ciento cincuenta mil. La gente humilde no tenemos ni siquiera para empezar a comprar esas medicinas tan caras.
Particularmente, yo no quería saber nada de los hospitales. Nosotros preferimos tratamos en casa, porque si te llevan al hospital te olvidan. En cambio, en casa tienes la ventaja de poder tratar a las personas, de darles agua, de hacer las vaporizaciones y de atenderlos, antes que caigan en la desesperación.

Actitud positiva

¿Qué debemos recomendar cuando estamos enfermos? No desesperarse, creer en uno mismo, si tienes alguna religión, creer en Dios; él puede hacer mucho con las medicinas naturales y tener en cuenta que hay que aislarse un poco, cuidar a la familia y quienes nos rodean no tengan miedo.
No hay que caer en el miedo ni la desesperación, porque se puede salir adelante. Vemos que no es algo nuevo, se manifiesta como una bronquitis o una tos muy fuerte. Además, todo el mundo ha sentido malestar bronquial muy intenso, y fue así como lo tratamos.
Hay mucha gente que se curó de diferentes maneras y con recetas caseras. Bueno, nosotros, en las comunidades, no tenemos el eucalipto de la sierra que tiene muchas propiedades. Algunos, tienen el eucalipto tropical pero no tiene los mismos efectos.
En reemplazo, los amazónicos tenemos las hojas de uña de gato, el ayahuasca, el ojé y el toé, que tienen aceites esenciales y que se pueden acompañar con las hojas de palillo, cúrcuma o bijao.
¿Por qué digo que tienen aceite? Si tú haces un juane con el bijao veras que no necesitas aceite adicional, ahí lo verás. Por esto, si tú combinas todas esas hojas que tienen aceite combinándolas con todas esas hojas tendrán para sahumarse o hacerse el baño del vapor.
Nosotros, los pueblos indígenas, o los que vivimos en la selva tenemos muchas otras hojas aceitosas y esto es algo muy interesante que debemos aprovechar.
Foto: Toé (N.C: Brugmansia suaveolens)

Dieta

En esta pandemia no se debe tomar refrescos con agua cruda. Es recomendable hacer hervir el agua y tomarla con miel y limón. El masato debe ser hervido y el pajo o recipiente donde se bebe debe ser individual, no compartido.
Para prevenir el COVID-19 tome agua tibia en ayunas, también, desparasitarse con el ojé, el ayahuasca o la guayusa para tener el estómago limpio.
Con el tratamiento es importante hacer dieta, porque cuando comes demasiado el estómago está lleno y si te echas fastidia al pulmón, al pecho y hace que te aflijas bastante.
En los nueve días que estuve mal comí pocos alimentos, porque yo le di más importancia a las plantas para que hagan efecto. 
Pero sí es importante comer poco, hay que beber mucha agua hervida y tomarla tibia, y todos los preparados que uno se haga con plantas y hojas ayudan bastante.

Vaporización

No se puede decir que el tratamiento casero mata al virus, pero, por lo menos lo controla y uno se siente aliviado de estos síntomas. Cuando no puedes respirar, el vapor del agua con plantas como el matico el sacha ajo o el mucura entra hasta tus pulmones y hace que vuelvas a respirar, es como un balón de oxígeno, llega con la misma fuerza.
Foto: Matico (N.C: uddleja globosa)
Foto: Planta de Sacha Ajo (N.C: Mansoa alliacea)
Por eso es importante tener la vaporización en las mañanas y en las tardes. Uno se va aliviando de sus síntomas de dolor de espalda o de las dificultades para respirar.
La vaporación es muy importante cuando una persona se está atrofiando, perdiendo la respiración y cuando siente que le falta el oxígeno.
  • Vaporación del cuello, cabeza y nariz:
En una olla chica se hierve 10 hojas de sacha ajos y 20 hojas de mucura. En una toalla coloca la corteza de jiro sacha, 8 hojas de matico y 10 de uña de gato y dos limones partidos en cuatro para cubrir de la cabeza al cuello.
La olla debe estar entre el pecho y la nariz por espacio de 5 minutos. Esto se realiza dos veces al día hasta que pueda respirar sin problemas.
  • Vaporación para todo el cuerpo:
En una olla grande hervir 20 hojas de sacha ajos y 40 de múcura.
También, hacer hervir la corteza de jiro sacha, 20 hojas de matico, 30 de uña de gato, 3 de bijao y 4 de guisador y 3 limones partidos en cuatro.
Mientras tanto, se calienta en la candela tres piedras al rojo vivo. Cuando todo esté listo se cubre el cuerpo con una manta y se va agregando las piedras una por una para generar vapor.
El cuerpo debe girar para que el vapor llegue a todo el cuerpo hasta que se enfríe. Se debe secar el cuerpo y evitar que le dé el aire frío. Esto se puede repetir dos veces al día, de manera intercalada hasta la recuperación.

Seis jarabes caseros

1. Se usan 5 hojas de matico o cordoncillo, 10 de uña de gato, 3 de mucura, 1 limón, un pedazo de kión machacado y un manojo de hierba luisa. Esto se hace hervir por 15 minutos en un litro de agua y se le puede agregar una cucharada de miel. Se toma en las mañanas y tardes.
2. Se necesita un manojo de corteza de uña de gato, una porción de chuchuhuasi, 2 cáscaras de plátano bellaco, un pedazo de kión machacado y un manojo de hierba luisa. Luego, se lo hace hervir en un litro y medio de agua por 20 minutos. También se le puede agregar miel y se toma en las mañanas y tardes.
3. Se hace hervir en agua una porción de rayado de la corteza de remo caspi. Luego, se deja enfriar y se toma en ayunas.
4. Para la fiebre o esos síntomas tome una sola vez la ayahuasca. Se debe preparar sin ningún otro ingrediente. En algunas comunidades toman 10 cucharas por cada ocasión.
5. Se licúan 6 ajos, media cebolla y un pedazo de kión con el jugo de dos naranjas, y se toma con dos cucharadas de miel. Cabe mencionar que la miel no es obligatoria.
6. Para este jarabe se requiere una piña y media papaya. Esto se licúa y se toma en la mañana y en la tarde, antes de cenar. Si no tiene una licuadora lo pica y se come como una ensalada de fruta, también, la miel es una opción, pero nunca se debe agregar azúcar.
Foto: Planta y fruto de Kión (N.C: Zingiber officinale)
Foto: Corteza de Remo Caspi (N.C: Aspidosperma excelsum Benth)

Cuidado personal

Los vecinos que saben que estas mal te tienen miedo y te ven de lejos, no lo ven como la familia. La gente tiene miedo, empezando por los mismos médicos y enfermeras que solamente con su mirada y su tratamiento nos hacen enfermar más.
Yo me enfermé en casa, donde debimos tener cada uno su taza, su cuchara y si no tenía detergente, entonces había que hervir ceniza para lavar los platos y si había niños teníamos que cubrirnos al toser.
Hay que decirles a las personas que tengan mucho cuidado y que no vengan a visitarnos. En mi caso no he tosido ni estornudado, pero, hay personas que sí lo hacen y con esto hay que tener mucho cuidado.
Al toser y estornudar debemos cubrirnos la boca y la nariz para no expandir el virus. He visto en mí mismo, tapándome la boca, uno respira todo el microbio que tú botas de adentro y tú mismo lo vas aspirando; en vez de mejorarte vas a enfermarte.
En mi experiencia hay que mantener el contacto con la familia para darle fuerza. Casi toda la familia salimos adelante ayudándonos los unos a los otros sin miedo, porque ya nos habíamos contagiado todos, unos que eran pasivos y otros que ya tenían.
Esas cosas son muy importantes, pero algo que debemos entender, nosotros en las comunidades, es que hay que apartarse para prevenir.
Hay que taparse o cubrirse la boca y la nariz cuando salgas a la calle y converses con otras personas; pero, guardando siempre la distancia y no una distancia exagerada de cinco metros, porque esto también afecta. Hay que conservar la distancia por más de un metro y medio por precaución, siempre dándose ánimo, sin tener temor y perder el miedo.

Limpieza personal y de la casa

Hay que lavarse las manos permanentemente. Cuando uno salga fuera de casa por algún motivo y retornes dejar los zapatos afuera, aleja la ropa de la familia y hay que lavarlos de inmediato, por precaución.
Si no hay jabón uno puede hervir hojas de papaya o frutos de papaya verde con dos tazas de ceniza y dos litros de agua. Para enjuagarse, utilizar agua limpia.
Para desinfectarse podemos usar barbasco, cube y catahua. A cada uno de estos remedios o insecticidas se agrega una o dos tazas de ceniza y se riega por la casa.
Para desinfectar la casa se puede hacer hervir la ceniza con agua y se riega por toda la casa. Esto es muy bueno, también, para lavarse las manos.
Para desinfectarse las manos y pies hay que hervir las hojas de papaya, con sacha ajo, echar una taza de ceniza en el agua caliente y después enjuagarse con agua tibia.
Así hay muchas cosas, para hervir hojas de ojé, catahua y muchas plantas aromáticas para poder lavarse o echar en toda la casa.
De una u otra manera el contagio va a llegar, por ejemplo, con cosas del mercado o empaques de diversos productos. Hay que tener presente que este virus vive en el plástico y en el acero inoxidable por tres días y en el cartón por 24 horas.
Algo que debemos tomar en cuenta, aparte de lavarse las manos, es no ponerse al viento, tomar ni bañarse con agua fría y –por un buen tiempo– lavarse la cabeza solo con agua tibia.
Yo he visto, en las comunidades, que tomar agua en la mañana o la guayunza, por ejemplo, es algo muy importante e interesante cómo se van desinfectando. El limón con un poco de sal es bueno para hacer gárgaras y botar la flema cuando estas con la pandemia.
La gente que toma ayahuasca, háganlo, tomen para que su estómago se limpie y si hay sitios donde pueden tomar ojé o desparasitarse, hazlo antes de que les caiga este virus.
Foto: Hojas de Ayahuasca (N.C: Banisteriopsis caapi)
Foto: Corteza de Quina (N.C: Cinchona officinalis)

Despedida

Estimados amigos, quise compartir todas estas experiencias para que las tengamos en cuenta y decirles que no tengamos miedo, enfrentémonos y no esperemos las pastillitas, o a los médicos ni a las enfermeras que quizás nunca lleguen. Vemos que ellos también se contagian y mueren, y no hay quien nos cure, incluso a ellos a pesar de ser médicos o enfermeras.
Siempre se está a la espera de las medicinas occidentales, comerciales que dependen de las farmacias, que ayudan un poco, pero debemos de ser concientes que no existen cura para esta pandemia. Sin embargo, juntos podemos salir adelante y de una u otra manera proteger a nuestras familias y comunidades, aprovechando que tenemos en nuestros territorios muchas plantas y sabiduría.
Eso me ayudó a restablecerme a mí y a mi familia. Tambien a ustedes, hermanos, amigos, paisanos y pueblos indígenas de la Amazonia del Perú y de la cuenca amazónica, los conocimientos de nuestros pueblos con las curaciones tradicionales y en base a las plantas medicinales tienen que valorarlas.
Actualmente, me encuentro en proceso de mejoramiento y sigo ayudando a quienes puedo con mis recomendaciones y compartiendo mis conocimientos. Muchas gracias por su atención, quise compartir esta experiencia de cómo salí delante y después de cincuenta días ya me encuentro bien.
Tomado de  Servindi y Voces en Accion.

Foto: Planta y hojas de Albahaca (N.C: Ocimum basilicum)
Foto:  Ayahuasca (N.C: Banisteriopsis caapi)
Foto: Planta y hojas de Cúrcuma (N.C: Curcuma longa)
Foto: Corteza de Chamayro (N.C: Mussatia hyacinthina)
Foto: Corteza de Chuchuhuasi (N.C: Maytenus laevis)
Foto: Chuchuhuasi  listo para preparar (N.C: Maytenus laevis)
Foto: Hojas de Coca (N.C: Erythroxylum coca)
Foto: Corteza de Maniri (N.C: Arachis hypogaea)
Foto: Hojas de Eucalipto (N.C: Eucalyptus)
Foto: Hojas de Guanábana (N.C: Annona muricata)
Foto: Pantas y hojas de Ishanga (N.C: Laportea aestuans)
Foto: Kalanchoe (N.C:  Kalanchoe daigremontiana)
Foto: Hojas de Matico de selva baja (N.C: Buddleja globosa)
Foto: Corteza de Nim (N.C: Azadirachta indica)
Foto: Corteza y cáscara de Nim (N.C: Azadirachta indica)
Foto: Planta y hojas de Ortiga (N.C: Urtica)
Foto: Planta y hojas de Pimienta (N.C: Piper nigrum)
Foto: Planta y hojas de La Vida (N.C: Synadenium grantii Hook)
Foto: Planta y hojas de Toé (N.C: Brugmansia suaveolens)
Foto: Hojas de Sacha Ajo (N.C: Mansoa alliacea)
Foto: Corteza de Uña de Gato (N.C: Uncaria tomentosa)
Foto: Corteza de Chuchuhuashi (N.C: Maytenus laevis)