jueves, 11 de mayo de 2017

COSMOVISION MESO AMERICANA ELEMENTOS PRINCIPALES

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Elementos de la Cosmovisión Mesoamericana.
Entre las poblaciones prehispánicas americanas, frecuentemente aparece la idea de un cosmos estratificado, mismo que se constituye de una secuencia de tres mundos superpuestos; el “mundo real” en el cual se desarrolla la vida tal y como se conoce a través de los sentidos, un mundo subterráneo y otro más concebido como un espacio superior. Es decir, es un sistema basado en la universalidad de la ley del tres.

Los antiguos Mayas describían un inframundo compuesto por 9 niveles, un supramundo compuesto por 13 cielos, y otro más sensible a los sentidos. En este último el ser humano se encarga de establecer el vínculo entre el primero y el segundo. Dicha representación se recoge en el símbolo de la ceiba, el árbol sagrado para aquella civilización. Según las creencias de algunas comunidades, aquellos mundos escalonados que yacen fuera del “mundo real”, se corresponden con la representación del propio mundo interior de la persona. Es decir, representan una escala interna de “mundos” de la conciencia humana.
Por otro lado, a mediados del el siglo pasado, y durante los trabajos para puntualizar los rasgos distintivos de la macroregión ubicada en el centro del Continente Americano, el etnólogo Paul Kirchhoff describió una serie de características propias de las culturas Mesoamericanas. Uno de los atributos más significativos de estos pueblos es una práctica calendárica común.

A grosso modo, la civilización maya estructuró una manera de contar el tiempo armonizando tres ciclos calendáricos; uno de 260 días (Tzolkin(2), entre los mayas asentados en la tierras bajas de Yucatán, México, Cholq´ij, entre los Q´uiche´s de los altos de Guatemala), otros de 360 días (denominado Tun) y otro más de 365 días (nombrado Haab, un ciclo eminentemente agrícola). Todos amalgamados en lo que se conoce como rueda calendárica.
Asimismo, en la cultura náhuatl, los creadores del tiempo y del calendario son Cipactónal y Oxomoco, pareja de dioses primigenios asociados al origen de la vida 

Códice Borbónico. Cipactónal y Oxomoco.
La pintura correspondiente a  el Tlacuilo  representa a una mujer en cuyo rostro dibuja una especie de líneas dejando entrever el tiempo de vida de la señora Oxomoco. El otro personaje, Cipactónal, es un hombre ataviado con toda la parafernalia propia de un adivino. Ambos durante una consulta a las semillas de maíz. Al respecto de esta lámina, Fray Bernardino de Sahagún escribe, en el libro cuatro capítulo I de su obra, Historia General de las Cosas de la Nueva España, lo siguiente:

“Y esta astrología o nigromancia fue tomada y hobo origen de una mujer que se llama Oxomoco, y de un hombre que se llama Cipactónal. Y los maestros desta astrología o nigromancia que contaban estos signos, que se llamaban Tonalpouhque, pintaban a esta mujer Oxomoco y a este hombre Cipactónal, y los ponían en medio de los libros donde estaban escritos todos los caracteres de cada día, porque decían que eran señores desta astrología o nigromancia, como principales astrólogos, porque la inventaron e hicieron esta cuenta de todos los caracteres (sic)”. (Sahagún 1989, libro IV: cap. 1. P.235)

En este orden de ideas, el uso del calendario, específicamente el ciclo de 260 días, conocido como Tonalpohualli, para los pueblos nahuas y Cholq´ij para la comunidad maya Q´uiche´, como un elemento de diagnóstico y terapia fue y sigue sido un componente fundamental en la práctica de la medicina ancestral de las comunidades mayas de los altos de Guatemala . Por lo que respecta a esta metodología en México, desafortunadamente en el área maya al sureste del país, dicha práctica está extinta o, por lo menos, quienes utilizan el calendario para hacer salud, están en el más completo anonimato.
El uso sistémico de la calendárica mesoamericana puede ayudar a conocer la etiología y los síntomas de cada una de las enfermedades en cada región y para cada paciente en particular, además es útil para que los médicos tradicionales puedan determinar el tratamiento y recursos terapéuticos utilizados para restablecer la salud de la persona.
Otro elemento característico de la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos es la conceptualización y la simbología del movimiento. A través de la imagen del movimiento y el desplazamiento implícito, surge la idea de que todo está compuesto por una serie de opuestos complementarios, suscitando una visión dualista del mundo, misma que se refleja hasta en la concepción de sus divinidades. Así, los Dioses no tienen una personalidad única, sino que se trata de un principio divino de naturaleza dual; masculino-femenina. De modo tal que los dioses son los generadores del movimiento, de los cambios de la realidad y de los ciclos del tiempo. En la cosmogonía mesoamericana, los dioses creadores son también creadores del tiempo.

En este orden de ideas, detrás del mundo visible y tangible hay otro universo poblado de energías y poderes sobrenaturales que determina los acontecimientos. Del mismo modo, la conciencia, la emoción y la experiencia humana pueden desprenderse del cuerpo para internarse en otras dimensiones de la realidad, lo que da una insondable profundidad a la vida, una inigualable riqueza.

Lo anterior se debe a que los mayas y los nahuas conciben al ser humano, así como a todos los seres vivos, como una dualidad de materias corporales, visibles y tangibles y otras materias sutiles invisibles e intangibles

Consideran que las materias sutiles pueden separarse del cuerpo durante distintos momentos de la vida, y trasponer umbrales que permiten su acceso a tiempos y espacios que están fuera de la realidad ordinaria. Tras la muerte del cuerpo alguna de ésta materia sutil desaparece, y otra parte vive eternamente en sitios especiales que van de acuerdo con la forma en que murieron, o bien, reencarnan.
Así, las imágenes experimentadas en los sueños y las vivencias conexas, estados a los que la ciencia occidental ortodoxa denomina estados hipnagógicos o estados de duermevela, vivencia fuera del cuerpo, alucinaciones o estados alterados de conciencia; fueron, para los nahuas y mayas, desprendimientos del espíritu y accesos a otras dimensiones de la realidad. Son también experiencias de la vida tan auténticas como el estado normal de vigilia, pero con la diferencia que se consideran aventuras del espíritu fuera del cuerpo.
De estas formas de separación del espíritu y el cuerpo durante la vida, se puede hacer referencia a los sueños y el éxtasis. Dichos estados abren los portales a otras dimensiones de la realidad. Ello significa que el espíritu, o alguna de sus partes, pueden desprenderse temporalmente del cuerpo sin que ello implique la muerte física. En ese ámbito es capaz de realizar acciones que con el cuerpo y en el tiempo corriente son imposibles. En estos estados se dan extrañas e insólitas vivencias.

El espíritu puede moverse de manera extraordinaria y asumir formas diversas, en esos otros mundos se hacen presente fuerzas sobre naturales y se produce una peculiar comunicación con él mismo, y con otros espíritus externados. El espíritu liberado puede volar se puede desplazar a los ámbitos sagrados del cielo y el inframundo, es posible que se situé en espacios que se interpenetran. Es decir, que existan simultáneamente y también en tiempos donde coexistan el pasado, presente y futuro.

También se puede trasfigura en otros seres y objetos perdiendo los límites de la propia individualidad. Estas experiencias implican la existencia de un mundo intangible e invisible paralelo a este. Al respecto algunos indígenas actuales dan detalladas referencias.
Todos los seres humanos pueden penetrar en los otros espacios de la realidad por el hecho de tener un espíritu separable del cuerpo. Todos tienen la capacidad de dejar su cuerpo dormido o inerte para internarse en mundos distintos reservados a los seres incorpóreos.
La idea del desprendimiento del espíritu, basado en experiencias psíquicas distintas a las de la vigilia normal, y la consecuente creencia de una dualidad de la naturaleza humana, es la base de la concepción del hombre, de sus creencias en una existencia más allá de la muerte y, en fin de asumirse en el mundo y ante lo sagrado.

Ahora bien, si se propusiera un ícono para conjuntar el pensamiento y sentimiento de las culturas asentadas en Mesoamérica, nada mejor que la montaña, el cerro, a cuya imagen y semejanza se construyeron monumentales estructuras piramidales, a través de las cuales se rendía culto a la “madre naturaleza”.
Nuestros antepasados nos dejaron dicho con sus vida y ejemplo, que todas las riquezas del mundo estaban dentro de la “sagrada montaña”, el “santo cerro”, ahí se formaban las nubes, de su interior provenía el agua y los animales. Las entrañas de la “madre tierra” guardaban la semilla de las diferentes especies vegetales que dejaban en la superficie frutos maduros para la subsistencia de otras formas de vida. La Pachamama alimentaba el cuerpo y la mente de los hombres, además proporciona elementos para aliviar el dolor y los malestares físicos que les aquejaban.

 Códice Tovar: Coatépetl la Montaña Sagrada. Nacimiento de Huitzilopochtli.
Lo anterior va más allá de una visión naturalista de ver la vida. Por ejemplo, para los nahuas del centro de México la montaña sagrada Coatépetl, situada en medio del agua, recuerda al mítico Aztlán y anticipa Tenochtitlan. Es el lugar donde nace Huitzilopochtli  donde se integran el agua y el fuego, el primer templo y el sitio donde los aztecas se volvieron mexicas  El “cerro sagrado” era el espacio de mayor relevancia para las culturas Mesoamericanas.
Finalmente, es posible afirmar que los pueblos precolombinos sustentaban su visión del mundo en una relación armónica con el medio ambiente, la dualidad hombre – naturaleza. Conscientes de sus fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas, sacralizaba la tierra, la cual fue motivo de culto y veneración para la sociedad mesoamericana. La relación con la ésta y el uso tradicional que hacen de ella tienen sus particularidades propias. Individual y colectivamente, sus tierras ancestrales tienen importancia fundamental para la supervivencia de las comunidades.


Inclusive, en la actualidad muchos pueblos indígenas tienen sus propios conceptos del desarrollo, basados en sus valores tradicionales, su concepción del mundo, sus necesidades y sus prioridades. Obviamente, también han construido sistemas de salud acordes con su idiosincrasia, mismos que se sustentan en una rica tradición herbolaria, rituales sagrados, calendarios, mitos, lenguajes, escritura, arte, ciencia, tecnología, etc., mucho de lo anterior en aras de atender sus padecimientos físicos y psíquicos y aliviar sus dolores.

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